Thursday, October 28, 2010

El escritor fantasma



Estación de paso
El escritor fantasma
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 28 de octubre de 2010.
La más reciente película de Roman Polanski, El escritor fantasma, es una estupenda mirada a las relaciones entre el escritor y sus sombras, pero también una visión sobre la literatura y el poder, o, para decirlo en términos más clásicos, entre la espada y la pluma. La relación entre un escritor contratado para relatar las memorias de un político poderoso –un ex primer ministro británico, para más señas- es la base de la historia de un thriller sombrío, habitado por el pasado de personajes truculentos, en donde el terrorismo, el espionaje y la política conducen los hilos de la vida pública, privada y secreta de los personajes principales: el exprimer ministro, su esposa y su amante, los compañeros del gabinete del político, profesores de la Universidad de Cambridge, asesinos a sueldo y, por supuesto, el propio “escritor fantasma”.
En el desarrollo de su oficio, el escritor trasgrede los límites profesionales de su relación con el político, y se introduce en el mundo sombrío del poder y de sus prácticas políticas. Guiado por la bestia insaciable de la curiosidad, el fantasma revisa pistas, reconstruye historias, investiga asesinatos, registra historias de alcoba y de pasiones amorosas. Poco a poco, pasa del papel de espectador de las historias a ser actor de las mismas, y se sumerge por azar y por convicción en una trama de orígenes inciertos y desenlaces imprevisibles. El escritor, cuando menos se da cuenta, se ha vuelto parte del relato, de la biografía del político, en personaje secundario de un drama que termina con el asesinato del personaje y de su narrador oficial.
El glamour de la política y la maquinaria pesada del mundo editorial van de la mano en esta elaborada cinta de Polanski. Entre fiestas y contratos, entre escándalos mediáticos y acuerdos clandestinos, las relaciones entre el escritor y su agente, entre el escritor y su biografiado, entre el escritor y los submundos de la política y el poder, van tejiendo una intrincada red de complicidades, de verdades a medias y de mentiras completas. Imposturas, cinismo, cálculos egoístas sobre las aguas heladas del poder, buenas intenciones, ingenuidades y pasiones, desfilan en la hoguera de las vanidades en que suele convertirse el negocio editorial y el mercado de la política. Las figuras de Tony Blair, de George Bush y de Osama Bin Laden parecen ser evocadas tenuemente a lo largo de la cinta, aunque eso queda a la imaginación o las creencias de los espectadores, no del director de la cinta.
El tono sombrío de la película –días nublados, lluviosos, fríos- ayuda a reforzar la imagen de la política y de sus actores como actividades poco confiables, ligadas a prácticas de traición, de simulación y de intereses inconfesables. Seguramente, una imagen cercana a la percepción que mucha gente tiene de los gobiernos y de los políticos, incluyendo por supuesto al propio Polanski. Pero sería injusto reducir la cinta a una denuncia estilizada de la corrupción y las prácticas inmorales de los políticos contemporáneos. Después de todo, el juego de máscaras de los personajes es una representación de las relaciones que ocurren en la política pero también en la vida empresarial, eclesiástica o civil. Me parece, más bien, que el ejercicio polanskiano es una reflexión en torno a la soledad del escritor y a la soledad del político, y la manera en que el oficio, el azar o el destino (o los tres) terminan por relacionar de manera absurda y finalmente trágica sus trayectorias y contextos. Más que lecciones morales y airadas o discretas denuncias ideológicas, El escritor fantasma es un relato inquietante sobre la incertidumbre y el azar, la tragedia y la pasión, en el cual el poder, sus personajes, sus espectadores y sus relatores configuran un mismo animal.

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