Friday, March 18, 2011

Síndrome de infelicidad colectiva



Estación de paso
El síndrome de la infelicidad colectiva
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 17 de marzo, 2011.
Un fantasma recorre el mundo: el fantasma de la infelicidad. Con distintos matices y expresiones, ese fantasma se aparece frecuentemente en el ánimo público y privado, entre grupos sociales e individuos. Bajo distintos ropajes, máscaras y disfraces, la infelicidad se manifiesta en la convivencia pública cotidiana, en las charlas de café o de cantina, en los medios, incluyendo, por supuesto, las redes sociales, las cartas a los diarios, en el cine o en los noticieros de televisión.
El síndrome de infelicidad colectiva forma parte de una suerte de ”lamento generacional” que se ha expandido poco a poco en México y en buena parte del mundo respecto de la manera en que se percibe el bienestar social de los jóvenes de hoy respecto de generaciones anteriores. Para decirlo en breve, se trata de la afirmación de que los jóvenes de hoy viven peor que sus padres y sus abuelos, y que sus expectativas laborales, culturales o educativas son más reducidas hoy que en el pasado reciente y aún remoto. Ese lamento, arraigado en varios territorios sociales, académicos e intelectuales, a veces es una crítica a la globalización y al neoliberalismo, en otras una denuncia sobre la falta de valores y la pérdida de las tradiciones e identidades, pero también tiene un potente aire de familia con el nihilismo y el existencialismo que de cuando en cuando nos asalta a todos. Pero la afirmación añade varios elementos adicionales: el desempleo, la crisis económica, la precariedad laboral, los malos gobiernos nacionales, que han erosionado las bases materiales del bienestar, y han comprometido casi de manera irreversible las posibilidades e movilidad social y mejoría económica y cultural de las nuevas generaciones.
El lamento es, insisto, extendido, se transmite rápidamente y es fácil de compartir. Sin embargo, es ambiguo y, en el mejor de los casos, paradójico. Es decir, por un lado es confuso porque los niveles de bienestar en el mundo se han incrementado como nunca antes en la historia. Hoy tenemos infraestructura, sistemas de salud y educativos, posibilidades tecnológicas y ciencias que no teníamos hace ni siquiera 50 años. Ello explica un incremento notable en la esperanza de vida de la población, una mejoría general en la atención a la salud, un ingreso per cápita mayor, la expansión del consumo, etc. El problema es hoy como ayer la desigualdad social en la distribución de esos beneficios. Esa desigualdad explica no sólo el pesimismo de los pobres y de las clases medias, sino que también afecta a los ricos. En otras palabras, por diversas razones, en contextos de desigualdad la infelicidad afecta a clases sociales distintas de modo diferente.
Incluso ciertas escuelas de economistas han incluido la categoría “felicidad” como una categoría central para medir el desarrollo y bienestar de las sociedades, y algunos gobiernos han colocado a la “Felicidad Nacional Bruta” (similar al ingreso nacional bruto, o el índice de desarrollo humano) como una forma de medir y articular los esfuerzos de los gobiernos para mejorar la felicidad colectiva. Un ejemplo: el gobierno himalayo de Bután utiliza esta categoría para instrumentar sus programas de gobierno desde hace varios años.
Pero el argumento de la infelicidad es, además de ambiguo, también paradójico. En un medio donde se publicita la felicidad consumista y proliferan los mensajes de optimismo en forma de consejos, cursos de superación personal y desarrollo humano, canciones y anuncios publicitarios, y libros que se venden por millones en los que el éxito se asocia a la felicidad, la persistencia de las percepciones y expresiones de la infelicidad aparecen como problemas de los individuos y no de las sociedades. Por lo tanto, los individuos tienen en sus manos la posibilidad de ser felices si son más competitivos, menos egoístas, más calificados, conocen los secretos del liderazgo, son innovadores y emprendedores. Es decir, un discurso vacío y ramplón, como suelen serlo todas las fórmulas y manuales de la felicidad, el éxito y el reconocimiento social instantáneo.
El tema da para mucho. Pero el hecho es que la sensación de infelicidad colectiva aparece hoy en el horizonte de las preocupaciones públicas, privadas y sociales. ¿Que explica eso?. Un libro reciente de un economista y una antropóloga británicos (Robert Wilkinson y Kate Picker, The Spirit Level: Why Greater Equality Makes Societes Stronger, Bloomsbury Press, 2009) lanza una hipótesis interesante: la desigualdad produce infelicidad para los pobres pero también para los ricos. Probablemente el miedo, el estrés, el riesgo a perder dinero, las propiedades, el estatus, el empleo, es el combustible de la infelicidad. Ello alimenta la sensación de precariedad y a vivir en el riesgo permanente, a no tener demasiadas expectativas ni representaciones claras sobre el futuro, a padecer los estragos de la nostalgia y la idealización del pasado, a sobrevivir en un presente que es un túnel profundo y oscuro, sin luces del norte ni señales de orientación que ayuden a salir de él. Con mapas extraviados, sin brújulas, con la sensación de que no hay causas que valgan la pena ni instrumentos confiables para salir del marasmo, la infelicidad colectiva es la música de fondo de estos años largos.

1 comment:

Ale R. said...

Es la segunda vez que escucho esta colaboración, quizá sea bastante obvio este malestar colectivo, pero me gustó escucharlo tan concreto y acertado.

Soy parte de esta generación de la que hablas y aunque tiendo a ser muy pesimista sigo buscando puertas de escape a un sistema que siento totalmente ajeno... saludos :D