Thursday, March 01, 2012

Figuras y desfiguros


Estación de paso
Figuras y desfiguros
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 1 de marzo, 2012.

“Decencia: Brinda prestigio, impresiona la imaginación de las masas. “¡Hay que tener decencia! ¡Hay que tenerla!”
Gustave Flaubert, Dicccionario de lugares comunes.

En la película Torero por un día (Gilberto Martínez Solares, 1963), que trata sobre las desventuras de un torero que en realidad es un payaso de rodeo, su protagonista, Eulalio González, Piporro, en su papel de “El mil faenas”, reflexiona, casi al final: “Hay unos que nacen para ser figuras, y otros que nacen para hacer desfiguros”. La película, la frase y la historia, guardadas todas las proporciones, son conclusión y reconocimiento de los riesgos de las imposturas.
Veamos, por ejemplo, lo que ocurre en la actual coyuntura electoral, donde el clima político de la época es favorable para los desfiguros, los arranques de humor involuntario y las ocurrencias que suelen exhibir sin pudor y sin piedad los actores políticos de la temporada. Dado el hecho de que la política real siempre se juega en el corto plazo, cierto sentido de urgencia, de ansiedad, gobierna los cálculos, las acciones y el discurso de los jugadores profesionales y amateurs del espectáculo político sexenal. A lo largo de los procesos de conformación de los candidatos a ocupar puestos de representación popular se observan las dificultades que muchos y muchas tienen para encarar decorosamente los resultados de sus apuestas, la negociación de sus intereses, la legitimidad de sus aspiraciones.
El discurso vago pero ampuloso de quienes buscan un lugar en las listas de los partidos políticos refuerza un patrón conocido: la autopromoción de los interesados como ejemplos de coherencia, de honestidad y de férreas convicciones personales. La personalización de la política es una costumbre que habita desde hace tiempo la disputa electoral, donde hombres y mujeres practican malabares discursos y mediáticos para presentar con sus decisiones como producto de profundas meditaciones, como ejercicios rigurosos de balance espiritual y político, para tratar de favorecer las causas más nobles de la justicia social, para exhibir su compromiso con los intereses de las mayorías, o simplemente para que las cosas mejoren para todos.
Veamos dos casos recientes. Uno es el caso de un actual diputado federal del PRI que, al no verse “favorecido” por su propio partido para alcanzar la candidatura a la alcaldía de Guadalajara, anuncia en rueda de prensa su intención de apoyar al candidato de otro partido.
“Yo vengo con mis principios, mis valores, mis convicciones, mi sentido de la vergüenza, para hacer política de los más y no de los menos”. Salvador Caro, Diputado Federal del PRI, al anunciar su apoyo a Enrique Alfaro (Milenio-Jalisco, 22/02/2012)
Días antes, el exgobernador panista Alberto Cárdenas, candidato de su partido a la alcaldía de Guadalajara, dijo: “Estamos seguros de que los líderes de este siglo XXI, de esa democracia, vinieron, necesitan de que sus líderes salgan de procesos democráticos, porque el día de mañana, a la hora de tomar decisiones, es en donde ya vamos hechos para eso y no para golpear ciudadanos” (Milenio-Jalisco, 20/02/2012).
Aunque sea difícil, olvidémonos por el momento de la sintaxis destrozada y la retórica ingobernable que representan las palabras de los personajes citados. Ambas posiciones, el sentido de las palabras y el contexto en el cual se pronuncian, iluminan de manera inmejorable el signo de los tiempos. Se trata de (auto) justificar posiciones, actitudes y cálculos para ganar un puesto, contender por alguna posición, para negociar algún apoyo. ¿Programas, proyectos políticos, ideas más o menos celebrables, conflictos que pueden gestionar? En un contexto donde el oportunismo, la ambición y la vaguedad son las monedas de uso común, las palabras no importan demasiado.
La arraigada costumbre de cambiar de barco y de partidos, de practicar la vieja religión del yoísmo (basada en el uso intensivo del “yo-yo-yo”), forman parte de la personalización de la política, es decir, esa forma de concebir y practicar a la política no como un asunto de instituciones sino como un hábito personal, donde la voluntad y la congruencia, y la honestidad moral y la vergüenza, la decencia, las convicciones democráticas o los compromisos personales, son las prendas promocionales que ofrecen los interesados en representar a los ciudadanos.
Esa personalización, inevitable e infatigable por lo que se ve, forma parte de la des-institucionalización, o la frágil institucionalización, de la democracia representativa a la mexicana, lo que eso signifique. Visto de esta manera, buena parte de la clase política mexicana de hoy retrata bien en las palabras de aquel personaje del “Mil faenas”, que contemplaba desde el ruedo las figuras y los desfiguros de la vida pública.

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