Wednesday, July 04, 2012

¿Regreso al futuro?

Estación de paso
¿Regreso al futuro?
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 5 de julio de 2012.

Para muchos, el regreso del PRI a la Presidencia de la República tiene cierto aire de familia con una incómoda sensación de regreso al futuro. Para algunos, incluso, se trata de lidiar con el riesgo de una típica restauración autoritaria. Pero bien visto, el retorno del PRI es un poco más complejo de lo que se puede mirar a primera vista, cuando aún se están contando los votos y llenando las actas electorales. Por sus actores y protagonistas, por el discurso del ganador, por la parafernalia que rodea al vencedor en turno, todo apuntala la impresión de que el triunfo electoral que obtuvo la coalición centroderechista entre el PRI y el Partido Verde sobre la izquierda lópezobradorista y sobre la derecha panista, significa que el partido histórico del siglo XX mexicano vuelve al poder presidencial con tradiciones y novedades, con la carga de prácticas, de rutinas y de mecanismos de gestión política que nunca ha abandonado desde su despedida de Palacio Nacional en julio del año 2000, pero también con un sistema político y una sociedad que, en más de un sentido, ya no es la misma de los años noventa.
Doce años después las cosas han cambiado de manera importante, y las biografías de las personas revelan, en parte, esos cambios. El Presidente electo tenía 34 años cuando el PRI se despidió de Los Pinos y se convirtió en la primera fuerza de oposición política nacional. Seis años después, a sus cuarenta, vio como su partido era lanzado al tercer lugar de los resultados electorales cuando su candidato, Roberto Madrazo, terminó hundiendo al PRI a nivel nacional y en muchas entidades y municipios a índices históricos de baja aceptación política entre los ciudadanos, mientras que la derecha y la izquierda política mantenían una encarnizada lucha por los primeros lugares electorales. Como muchas fuerzas políticas priistas en las escalas estatales y locales, el priismo de Peña Nieto se guareció de los efectos de las derrotas electorales en sus enclaves regionales, ganando elecciones locales y estatales. Su triunfo como Gobernador en el Estado de México en el año 2005, significó resistir, desde el oficialismo local, los sinsabores y penurias de ser parte de la oposición política nacional al oficialismo panista, primero con el foxismo, y luego con el calderonismo. Al igual que el PRD, esa ventaja competitiva le significó construir una cabeza de playa para los procesos electorales que se desarrollarían en 2009 y, ahora, en el 2012, y que le significarían no sólo la supervivencia política, sino también, como atestiguan las cifras electorales correspondientes, el crecimiento notable de su fuerza política nacional.
EPN representa las transformaciones y transfiguraciones de la identidad política priista crecida bajo el abandono de las ideas de la Revolución mexicana, del entierro del discurso del nacionalismo revolucionario, y de la idea misma del Estado como agente de cambio. Nacido en 1966 en Toluca, tenía solo 5 años cuando ocurrió el festival de Avándaro y moría, en París, Jim Morrison; cuando cumplió la mayoría de edad estalló la crisis de la deuda que llevó al país a la década perdida. Siendo un joven estudiante universitario veinteañero se enteró de la fractura en su partido el PRI, que posteriormente conduciría a la rebelión cívica de 1988, cuando el Frente Democrático Nacional, encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas, estuvo a punto de arrebatar la presidencia a Carlos Salinas de Gortari. Años después, a sus 28, miraría el asesinato del candidato presidencial del PRI en Lomas Taurinas, en Tijuana. Egresado como abogado de las aulas de la Universidad Panamericana (una universidad privada de élite), y con una maestría en administración cursada en el Tec de Monterrey (la joya de la corona del mercado de la educación superior privada), el hoy presidente electo simboliza muy bien cómo una buena parte de la clase política priista decidió cambiar muchos de sus viejos hábitos y preferencias para tratar de adaptarse a redes sociales y políticas diferentes, en un entorno político más competido y hostil al propio priismo.
Los priistas de hoy ya no hablan de nacionalismo sino de cosmopolitismo, elogios al libre comercio y a la globalización. Hoy suelen formarse en universidades privadas y no públicas. Hoy como ayer, se sienten cómodos nadando en las aguas discursivas del populismo, una ideología cuya principal virtud es la ambigüedad, y de la cual suelen beber en sorbos generosos según sea el tiempo, los temas y las circunstancias. Son capaces de presentarse como una fuerza política que algo aprendió de sus años como oposición política nacional, que reconoce que no pueden volver a gobernar a México como lo hizo el PRI en sus años dorados, y que el presente político mexicano es considerablemente más complejo al que enfrentó ese partido en los años largos del desarrollismo de los setenta, al que le siguió la crisis y el ajuste estructural de los ochenta y noventa, y que hoy debe enfrentar los déficits y saldos negros acumulados pacientemente por el panismo en los tiempos del estancamiento fúnebre de la primera docena de años del siglo XXI.
Dicen que la biografía de las personas encarna de cierta forma la biografía de las sociedades. El nuevo presidente refleja de algún modo esas transformaciones, sus circunstancias, sus limitaciones e imposibilidades. Por ello, quizá más que un regreso el futuro –como se titula aquella popular película de Robert Zemeckis, de 1985-, el retorno del PRI a Palacio Nacional es la señal de que los partidos políticos, como las personas, quizá puedan ser capaces de sacar juventud de su pasado (como aconsejaría a los nostálgicos la poesía vernácula del Lic. Jiménez), para intentar legitimarse como la colección de imágenes de un pasado irreconocible y, las más de las veces, impresentable.

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