Monday, September 30, 2013

Suelo


Estación de paso
Suelo
Adrián Acosta Silva
(Septiembre, 2013)

Tal vez una de las voces más potentes y originales del rock brasileño contemporáneo sea la que representa el músico y compositor Lenine (Recife, 1959). Desde hace treinta años, con 12 discos grabados (que incluye un recopilatorio en 2009, y una sesión en vivo en la serie MTV, de 2006), y con miles de kilómetros recorridos en extenuantes giras por Brasil y Portugal, por Argentina, Chile y Uruguay, en España, Alemania y Holanda, la música de Lenine ha perforado las fronteras entre la samba y el rock, entre el bossa nova y el blues, con una pequeña ayuda de ecos tangueros conosureños y algún extraño sonido de raíces africanas. Como otros cantautores en distintos contextos, la obra de Lenine es a la vez un acto de fe y una voluntad de resistencia, una obra macerada a fuego lento entre la tradición y la innovación, una expresión de reiteración y reinvención, de “creación destructiva”. ¿Quién no sabe que la invención es también un acto de demolición?
Hijo de padre comunista y madre católica, el nombre le viene por supuesto del padre, el signo en la frente de un mito revolucionario soviético con sonoridades portuguesas, que asemeja la figura de un líder comunista en sandalias, de pelo largo, tocando una guitarra mágica influenciada indistintamente por los Beatles y los Stones, por Pink Floyd y Cat Stevens, por la música de Caetano Veloso y de Elis Regina, las novelas de Rubem Fonseca, la poesía de Vinicius de Moraes y de Luis de Camoes, y hasta por el ánimo inquieto, apesumbrado y curioso de Fernando Pessoa.
Baque Solto de 1983 (“Barco suelto”), fue el mascarón de proa con el que Lenine inició su carrera, cuando aún resoplaban en el aire los tambores de la dictadura militar y se iniciaba el largo proceso de democratización de la cultura y la política brasileñas. Tal vez Lenine fue la voz que surgió discretamente de entre los escombros de la música censurada de Milton Nascimento, de Maria Bethania, de Chico Buarque. Representaba en cierta medida un desafío y un reclamo en un entorno cultural y político en el cual se asfixiaba la tradición festiva, desafiante y contundente de la música urbana de Sao Paulo y de Río de Janeiro, colocando en perspectiva una vitalidad cultural que abría al mismo tiempo cauces y horizontes emocionales y sonoros para una nueva generación de jóvenes brasileños. Tres décadas después de aquella discreta presentación en sociedad, el perfil estético de una obra contenida, que combina el virtuosismo sonoro de guitarras, violines y pianos con la profundidad letrística, estalla en un nuevo disco, poblado por canciones talladas a mano, reposando en la voz profunda de un cantante comprometido con sus impulsos e imaginación: eso es Chão (“Suelo”), su disco más reciente, lanzado hace un par de años, en 2011. Antecedido por Lenine.Doc (2010) y Labiata (2008), “Suelo” es, a la vez, polvo de viejos lodos leninianos pero también el muestrario de un proyecto musical en permanente proceso de construcción, una obra elaborada con parsimonia y lentitud, virtudes escasas en una época donde la velocidad y el “novedismo” (esa obsesión por presentar todo como si fuera algo completamente nuevo) marcan el canon impresentable de zonas extensas de la música comercial.
Ya en Labiata, Lenine había declarado sus señas de identidad, su agenda y proyecto, mostrado la ruta maestra de sus inspiraciones: La lógica del viento/El caos del pensamiento/La paz en la soledad/La órbita del tiempo/La pausa del retrato/ La voz de la intuición/La curva del universo/ La fórmula del acaso/El alcance de la promesa/El salto del deseo (É o que me interessa). Aquí reposa el centro creativo de una obra solamente apta para los impuros, los infieles y herejes rockeros.
¿De qué nos habla el músico de Recife a través de las 10 canciones de su disco más reciente? Del mar, del amor, de los seres extraños que habitan las ciudades, de la resistencia frente a las adversidades, de la malicia y de la maldad, del sonido y la locura. Con una voz que gobierna firmemente ritmos de letras mezcladas con metal, y una guitarra que conduce con decisión los tonos claros de rock combinados con bajos, pianos, baterías y máquinas de escribir (sí, ese viejo artefacto del siglo XX), que acompañan la dulzura del idioma portugués, Lenine coloca en perspectiva viejas y nuevas obsesiones que han alimentado en el pasado su imaginación, sus elucubraciones y ansiedades.
Tomo de la traducción de la edición argentina de disco (Universal Music Argentina, 2011) algunos párrafos sueltos para ilustrar el mapa de las sonoridades contenidas en esta obra.
El suelo llega cerca del cielo/Cuando levantas la cabeza y te quitas el sombrero, dice en “Chão”.
Amor es materia prima/Es llama/La esencia/La suma/El tema (“Amor es para quien ama”).
Uno es solamente apatía/Otro se dice que es un genio/Ese transpira energía/ Y áquel orina uranio…Ése remuerde sus huesos/ Áquel mastica diamantes (“Seres Extraños”).
Y cuando el mar está bravo/Y cuando ya no doy pie/ No me enfado o me quejo/Y tal como un barco suelto /a salvo del mar revuelto/Vuelo firme a mi camino (“Me doblo pero no me quiebro”)
Estas frases, esculpidas con acordes de guitarras acústicas y eléctricas, mandolinas y sintetizadores, acompañadas por ruidos de teteras y motosierras, habitan el corazón sonoro de Suelo, y proporcionan quizá, “un descanso en la locura”, como escribe en otra canción. Oír a Lenine por vez primera conlleva el riesgo de que las mezclas impuras, tóxicas, envenenen lentamente el alma de quien lo escuche.

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