Monday, November 25, 2013

Revolución: memoria y futuro



Estación de paso
Revolución: memoria y futuro
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 21 de noviembre, 2013.
La Revolución de 1910 es cada vez menos un referente simbólico, cultural y práctico en zonas cada vez más extensas de la sociedad mexicana contemporánea. La antigua épica revolucionaria, con sus héroes y caudillos, con sus apátridas y traidores, sirvió entre otras cosas para edificar un régimen político, para dotar de sentido de identidad y pertenencia a la población, para educar en cierta perspectiva y con cierta lógica (nacionalista, autoritaria) a los niños y a los jóvenes mexicanos durante muchas generaciones. Pero desde hace tiempo –desde finales de los años ochenta para ser precisos- la narrativa ideológica y política revolucionaria fue perdiendo fuerza, identidad y brillo en el discurso oficial, en el seno mismo del partido que le debe más que ningún otro a la mitología revolucionaria su existencia misma, el PRI.
El desvanecimiento del legado revolucionario en la ideología y muchas de las prácticas políticas del priismo, dio lugar, como se sabe, a una fractura, un rompimiento en ese partido que originó la rebelión cívica de 1988 encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas y el Frente Democrático Nacional, que fue el antecedente para la creación del Partido de la Revolución Democrática. Otras fuerzas de la izquierda socialista mexicana, junto con las corrientes provenientes del nacionalismo revolucionario que abandonaron al PRI, confluyeron en el PRD, y la historia posterior ya la conocemos. Pero el hecho que conviene retener es que aún en estas organizaciones, la idea misma de la Revolución mexicana se ha desvanecido sin pausas pero sin prisas.
Un buen momento para identificar el significado actual del acontecimiento ocurrido hace 103 años fue la celebración de su primer centenario, hace tres, en el 2010. Con el panismo en el poder, y los restos del nacionalismo revolucionario en la oposición, la coyuntura se presentaba como una buena oportunidad para descifrar el peso simbólico y político de la Revolución entre la clase política mexicana. Y lo que vimos fue un espectáculo confuso, de discursos grandilocuentes pero intrascendentes, referidos al hecho y a sus secuelas como piezas de museo, como reliquias a las que hay que respetar más por su antigüedad que por sus implicaciones en la historia mexicana del siglo XX.
El panismo en el poder exhibió sus propias confusiones y ambigüedades ideológicas y políticas frente al hecho. Acostumbrado desde su nacimiento como partido político en 1939 a presentarse como la oposición leal al partido surgido del movimiento revolucionario, al llegar a la presidencia en el 2000 y en el 2006 tuvo que verse obligado a repetir los rituales de adoración al movimiento y a los líderes que habitan la iconografía revolucionaria. Con timidez más que con convicción, trataron de resaltar la figura y el papel de Madero en el movimiento, colocando su retrato en las oficinas de la presidencia, como mártir político y símbolo de la fracción pacífica y democrática que fue demolida a sangre y fuego en la decena trágica ocurrida en febrero de 1913.
Pero en el resto de la clase política nacional el primer centenario también pasó más como un ritual burocrático que como una oportunidad de reflexión y balance político. Luego de una década de sobrevivir y reconstituirse como oposición frente a un adversario que durante casi 70 años fue a la vez su crítico y legitimador, el PRI tampoco mostró alguna fuerza o convicción clara para hacer algo con la imagen y el significado de la revolución en su propia historia partidista. El resultado fue lo que vimos: espectáculos de fuegos artificiales, edificación de monumentos kitsch envueltos en problemas de corrupción y despilfarro como el de la “Estela de luz”, la inauguración de plazas remodeladas, algunos puentes y caminos, la fiesta de la mercadotecnia light sobre la fecha, el baile de máscaras y disfraces con todo y cananas y sombreros campesinos y bigotes postizos, muchos conciertos de ocasión con los grupos del momento, y los mismo rituales de adoración que vimos antes, durante y después del foxismo y del calderonismo en el zócalo, las plazas de armas y los desfiles militares del 20 de noviembre.
Estas imágenes ilustran con buena fuerza el vaciamiento del significado de la revolución mexicana entre la clase política nacional. Aferradas a conservar símbolos como práctica de supervivencia política, nuestras élites dirigentes no saben qué hacer con la historia oficial. Hoy que acabamos de celebrar 103 años de un acontecimiento que desde hace tiempo parece desvanecerse como referente ideológico, como mito político y como proeza social, quizá lo que vale la pena apuntar es que también estamos desde hace rato en el proceso de desestructuración acelerada de la historia social y política que muchos conocimos. El problema, si es que existe, es que no hay a la vista ni en el horizonte ideológico ni en el imaginario político de los liderazgos que surgieron de la transición, la alternativa de una nueva historia patria que alimente algo parecido a una idea de México. Que hoy se publicite de manera abrumadora una ola de consumo y compras de pánico entre los consumidores – “El buen fin”-, es una señal luminosa del espíritu de los tiempos, que coloca un puño de tierra más a la idea misma de la Revolución Mexicana, donde la sociología del consumo parece importar más que cualquier sociología de las celebraciones.


No comments: