Thursday, March 27, 2014

Elefantes en la sala


Estación de paso
Elefantes en la sala
Adrián Acosta Silva
Publicado en Campus-Milenio 27/03/2014

A todos nos sucede alguna vez: al estar frente a una situación en la cual es necesario interpretar su significado, se puede perder de vista el fondo del asunto o sus implicaciones, el hecho duro de que hay cosas que necesitan abordarse o resolverse de otra manera, o se deja de ver el efecto central que tiene algún evento o fenómeno sobre el comportamiento de las instituciones, los grupos o los individuos. Esa suerte de “invisibilización” de lo que parece evidente no es nunca (o casi nunca) un acto deliberado, voluntario, sino que suele ser el resultado de la pérdida de atención en lo que se observa, el típico efecto de centrar la mirada en los árboles y no en el bosque, o al revés. Para decirlo en palabras de un antiguo dicho inglés, es no mirar (o fingir no mirar) el elefante que está en la sala, a la vista de todos, mientras que todos están hablando (o pretendiendo hablar) de otra cosa.
Veamos lo que ocurre con el deporte de masas, por ejemplo, pensado como espectáculo, en el cual hay negocios millonarios, cálculos de apostadores, famas y prestigios en juego, símbolos destacados. Hoy día, la figura de los ganadores, del éxito deportivo, de los triunfos, está en el centro de la promoción de los espectáculos, de la comercialización masiva de tal o cual competencia o deporte, la fila interminable de marcas deportivas y anuncios publicitarios. El centro simbólico, imaginario de toda esa maquinaria es la figura de los ganadores, los mejores, los más calificados, y el triunfo, el éxito es la recompensa evidente. Y sin embargo, esos son sólo un puñado de personajes y equipos, un minúscula parte de todos los que se involucran en el deporte moderno. La mayor parte de los participantes son los perdedores, los que fracasan en el intento de alcanzar la gloria del triunfo, masas de individuos y equipos que están condenados en su gran mayoría a probar una y otra vez las uvas amargas del fracaso y la decepción.
Una ilusión poderosa alimenta la competencia deportiva: la ilusión del triunfo, la satisfacción del ganador. Y sin embargo, los hechos apuntan a que es el elefante del fracaso lo que se impone en toda competencia deportiva, el hecho de que no importa lo que ocurra, 9 de cada 10 veces los que se impondrá es la derrota para 9 de cada 10 participantes. Ese hecho, evidente, cuantificable, medible, está en el centro de las competencias profesionales de los deportes de masas que han sido cobijados por el capitalismo deportivo contemporáneo en México y en el mundo.
Pero hay otros elefantes en otras salas de la vida pública mexicana contemporánea. En el campo de la educación superior y de la vida política por ejemplo. En el primer caso, mientras que el eje de discusión (y acción) que proponen desde hace décadas el gobierno y no poco actores protagónicos de ese sector es la mejora de la calidad de la educación superior, lo que seguimos teniendo en la sala es el problema-elefante de la cobertura, la inclusión y la retención de miles de estudiantes en las aulas universitarias. A pesar de que llevamos más de dos décadas bajo el paradigma de la calidad y la innovación en la educación superior (y en que se han acumulado más de treinta programas, varios organismos y muchos fondos de financiamiento para resolver el problema de la calidad), el incremento en la cobertura en la educación superior mexicana ha crecido a un ritmo muy lento, lo que nos sitúa entre los países de América Latina con peores tasas de inclusión social de los jóvenes mexicanos en la educación universitaria. Ya padecemos las consecuencias de que el bono demográfico mexicano se nos siga yendo de las manos sin poder incorporar a millones de jóvenes a la educación superior y al trabajo productivo, en un contexto transicional donde el país del adiós a los niños está dando pasos acelerados a un país que no es ni podrá ser para viejos, como escribió hace tiempo Yeats. Mientras, el paquidermo permanece ahí en la sala, mirando, esperando que alguien diga algo para darse cuenta de que existe, de que es necesario advertir de su presencia, de que las decisiones de hoy deben considerar su existencia para tener mejores perspectivas de un futuro menos ominoso para nosotros y para las generaciones que vienen.
Pero también ocurre algo similar en el campo de la vida política mexicana. Los efectos corrosivos de una economía que no crece sobre una democracia frágil, parecen alimentar la presencia de viejos elefantes en las salas. El tiempo, “el maldito factor tiempo”, como solía decir el finado Norbert Lechner, actúa permanentemente en las relaciones entre economía y política, disolviendo sus resortes y vínculos. Más de tres décadas de políticas económicas de mercado, que descansan en el supuesto de que las libertades de consumo e inversión tienen efectos positivos en la mejoría de las empresas y de los individuos, parecen ir en contra de las políticas de desarrollo político democrático, que se orientan a la participación colectiva y al mejoramiento de las instituciones. Los elefantes del fracaso económico y del malestar político aguardan pacientemente en nuestras salas públicas y sociales, a la espera de que su presencia sea advertida por los invitados.

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