Monday, June 16, 2014

Tiananmen, 25 años después

Estación de paso
Tiananmen: 25 años después
Adrián Acosta Silva
(Publicado en Campus Milenio, 12/06/2014).
La semana pasada se cumplió exactamente un cuarto de siglo de la masacre de Tiananmen. El 4 de junio de 1989, la imagen de un joven estudiante delgado, vestido con un pantalón oscuro y una camisa de claridad imprecisa, con un maletín en la mano, parado firmemente frente a un enorme tanque de guerra, dio la vuelta al mundo. La fotografía congelaba un momento específico e irrepetible de lo que ocurría en la primavera del ´89 en la capital de la República Popular China, en la cual una rebelión de estudiantes e intelectuales contra el autoritarismo, la corrupción y la ausencia de libertades civiles, colocaba al gobierno chino en una posición políticamente difícil. La historia de ese muchacho se perdió en la vorágine de acontecimientos que luego sacudieron a su país y al mundo. Según se cuenta, el joven se llamaba Wang Weilin, y después de la masacre de la Plaza Tiananmen, fue fusilado por el ejército chino; otras historias señalan que huyó de Pekín para refugiarse en las montañas del sur de China, y continuó su vida como un campesino hundido en el más feroz y a la vez el más humilde de los anonimatos. En cualquier caso, la imagen de ese joven estudiante chino frente a los tanques se convirtió en una de los símbolos más poderosos de finales del siglo XX, una imagen romántica, de cierto heroísmo solitario, de resistencia frente al poder, de afirmación de la libertad frente a la fuerza intimidatoria de las armas.
25 años después, esa imagen persiste, pero el proceso y contexto en el que tuvo sentido su fuerza simbólica y política han cambiado. Las movilizaciones estudiantiles que habían comenzado en abril de 1989 habían alcanzado su punto máximo dos meses después, cuando miles de manifestantes llegaban a la Plaza de Tiananmen (que significa “Puerta de la paz celestial”, según el indispensable Wikipedia) para expresar su rebeldía frente al autoritarismo y la represión ejercida por el régimen comunista chino. En un entorno internacional de crisis política, enmarcado por las reformas políticas y económicas al régimen soviético impulsadas por Gorbachov, y las reformas de mercado, del capitalismo neoliberal, impulsadas por Margaret Thatcher y Ronald Reagan en Gran Bretaña y los Estados Unidos, el régimen político chino se encontraba aislado, aturdido y confundido frente a un mundo en que todo lo sólido se disolvía en el aire. En ese contexto específico, el movimiento por la democracia impulsado por estudiantes e intelectuales chinos había alcanzado un punto de no retorno.
Como se sabe, el movimiento terminó con una masacre. Tianamen y la imagen del joven solitario y anónimo registran dramáticamente el fin de una época. Meses después, en la fría noche del 9 al 10 de noviembre de 1989, el Muro de Berlín sería demolido a pico y pala por miles de ciudadanos alemanes de ambos lados de la gigantesca barda. La Plaza y el Muro, dos sitios públicos distintos, simbolizan quizá como ningún otro espacio físico en el mundo de aquellos años, la crisis y el fin de una era y el surgimiento de otra. Una simboliza el temor y el miedo, emociones impresas en los rastros de pólvora, de cadáveres y sangre depositados en el ágora china de la vieja Pekín; otra simboliza la esperanza, la alegría, la celebración de la destrucción masiva de una pared indeseable, testimonio de una época oscura, asfixiante, paradójica.
Hoy, el mundo y China han cambiado. Pekín ahora se llama Beijing. El mundo bipolar que se construyó después de la segunda guerra mundial y que explicaba el trazo de los mapas ideológicos, económicos y políticos del mundo que muchos conocimos, desapareció para dar lugar a una mundialización más fragmentada, aislada y confusa a pesar de las fuerzas de la globalización y la aparente desnacionalización de las sociedades que hemos atestiguado desde hace más de dos décadas. Hoy, China sigue siendo un régimen no democrático pero con una economía potente, en la cual la combinación de reformas de mercado, capitalistas, con la preservación de un sistema político autoritario, son fuerzas que parecen sostener frágilmente el “milagro” económico chino que arrancó con el siglo XXI, a pesar de la pobreza y desigualdad que siguen padeciendo la mayor parte de sus ciudadanos. El resto del mundo se debate con las contradicciones inherentes del capitalismo y de las democracias, con la desigualdad y la polarización entre capital y trabajo que ha mostrado de manera dramática pero contundenteThomas Picketty en su Capital in the Twenty-First Century, el texto de economía política más leído en lo que va del año. En medio de esos cambios, confusiones y contradicciones, perdura la imagen icónica del joven chino que hace un cuarto de siglo enfrentaba solitario a un elefante de acero en algún sitio de la vieja y súbitamente decrépita ciudad de Pekín.

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