Thursday, August 04, 2022

Universidad del futuro

Estación de paso La universidad del futuro Adrián Acosta Silva (Campus-Milenio, 04/08/2022) https://suplementocampus.com/la-universidad-del-futuro/ A lo largo del siglo XXI la educación superior ha experimentado la multiplicación de las tensiones en torno a sus funciones, orientaciones y estructuras. La gestión de la información y producción del conocimiento, los procesos de formación intelectual, técnica y profesional de las nuevas generaciones, los cambios en el mundo del trabajo, el cuestionamiento en torno a la pertinencia o utilidad de la investigación científica y humanística, o de las contribuciones sociales y económicas de la educación superior al desarrollo, forman parte de los factores que alimentan en proporciones imprecisas dosis encontradas de optimismo, pesimismo y escepticismo sobre el papel de la educación universitaria en las sociedades contemporáneas. En un contexto de masificación, diversificación y diferenciación de sus estructuras y actores, muchas de las instituciones y establecimientos que configuran este sector han modificado de manera significativa no sólo sus prácticas académicas o sus orientaciones institucionales, sino también sus modos de organización para tratar de ofrecer respuestas a retos y desafíos de entornos socioeconómicos y culturales complejos. Frente a este panorama, las universidades han relocalizado su papel y significado como instituciones históricas centrales en la configuración de la educación superior. Desde hace décadas ya no gozan del monopolio del sector como lo hicieron las universidades medievales europeas o coloniales latinoamericanas durante un largo ciclo histórico, y tampoco constituyen las (únicas) instituciones clave de los procesos de modernización de la vida económica, política y cultural de las sociedades del siglo XXI. Frente a las realidades del estancamiento económico y la velocidad de los cambios tecnológicos, de la agudización e incremento de las desigualdades sociales, de las transformaciones en los entornos políticos y de políticas públicas, las universidades enfrentan el desafío intelectual de reflexionar con rigor sobre su sentido institucional, sus orientaciones, prácticas y organización de sus procesos académicos, sus vínculos con la sociedad y con el Estado. En México, esta reflexión es de varias dimensiones y alcances, pocas de ellas claras y casi todas difusas. Tiene que ver con la distinción entre las universidades públicas y las privadas, el desarrollo de las funciones de docencia, investigación, extensión y difusión cultural, pero también con el perfil de sus vínculos con la educación básica, con el cumplimiento de sus responsabilidades públicas, o con el compromiso institucional para enfrentar los nuevos y viejos patrones de la desigualdad, sus aportaciones a la cohesión o a la movilidad social, la construcción democrática y la prosperidad económica. Incluye el desafío de definir un nuevo tipo de autonomía intelectual e institucional que vaya más allá de las libertades de investigación y aprendizajes propios de las universidades modernas. También requiere de nuevos enfoques e ideas que reconozcan los logros de la universidad como institución social, pero que sean también los anteojos adecuados para identificar escenarios futuros para la “reinvención” de la misión, la organización y las funciones de la universidad. Las premisas de este ejercicio reflexivo pueden ser por lo menos tres. Primero, que las universidades experimentan en los últimos años una vaga sensación de “crisis de sentido” de sus prácticas y funciones institucionales, que ni la retórica tecnocrática, ni la neoliberal ni la populista alcanzan a disipar o resolver. Segundo, que esa crisis explica en parte los problemas de legitimación y representación de la idea misma de la universidad en contextos donde la confusión gobierna las representaciones políticas dominantes sobre la educación terciaria, y se acumulan las exigencias y restricciones gubernamentales a las universidades públicas. Tercero, que es necesario identificar los factores críticos que hoy están ya definiendo tanto las universidades del futuro (sus actores, organización y prácticas territoriales y disciplinarias), como los futuros de la universidad (los posibles escenarios en los cuales actuarían esas instituciones del conocimiento). En este marco de preocupaciones y reflexiones, pueden formularse algunas preguntas básicas: ¿Qué tipo de universidad es necesaria para enfrentar los múltiples desafíos de sociedades complejas, es decir, heterogéneas, desiguales y conflictivas, con altos umbrales de incertidumbre en su evolución? ¿Cuáles son los factores causales que hoy determinan o pueden determinar el futuro de las universidades? ¿Cuál es la naturaleza, dimensiones e implicaciones de esos factores para la construcción de la universidad del futuro? Para tratar de evitar caer en las trampas normativas de la fe o de la razón, o atascarse en la descripción empirista de acciones y proyectos, el examen de los futuros de la universidad requiere de la conjunción de datos e ideas, de ejercicios de imaginación y del análisis de los resultados comparados del conocimiento acumulado sobre las universidades. Pero también requiere de la identificación de las múltiples cosas que no sabemos sobre su situación actual en México: ¿qué representan? ¿cómo se gobiernan? ¿cuáles son las trayectorias de sus estudiantes y egresados? ¿quiénes son sus profesores, investigadores y directivos? ¿qué tipo de prácticas configuran las rutinas académicas en las diferentes disciplinas y campos del conocimiento? ¿qué tanto, cómo y porqué influyen las políticas públicas en el comportamiento institucional de las universidades? No hay algoritmos que permitan anticipar el futuro universitario, ni fórmulas de innovación que garanticen la construcción de un modelo distinto de las universidades que conocemos. Ninguna ley, decreto presidencial o actos de voluntarismo político serán capaces de diseñar e instrumentar una nueva universidad. Los enunciados sobre la calidad, la digitalización educativa, la retórica de la innovación, las condenas diarias al neoliberalismo, o la adoración al compromiso popular de la educación superior, son elementos insuficientes -y cognitivamente inútiles- para comprender la complejidad de los escenarios futuros de las universidades. Los riesgos del abandono político, los prejuicios crecientes sobre las tareas universitarias, la fragmentación del sentido mismo de la universidad, forman parte de los inventarios de cualquier ejercicio prospectivo sobre la universidad y sus escenarios. Para pensar el futuro sin la ayuda de bolas de cristal, oráculos o pitonisas, quizá sea conveniente rescatar una idea antigua: una agenda sobre el futuro de la universidad mexicana.

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