Thursday, August 18, 2022

Violencia y anomia

Estación de paso Violencia criminal y anomia social Adrián Acosta Silva (Campus-Milenio, 18/08/2022) https://suplementocampus.com/violencia-criminal-y-anomia-social/ Los bloqueos, incendios y asesinatos ocurridos la semana pasada en Jalisco, Chihuahua, Guanajuato, Baja California y Michoacán confirman a golpes de fuego y sangre una ruta de violencia criminal que vuelve a colocar en el centro de la atención pública un par de temas críticos. Por un lado, la capacidad de la autoridad del Estado para combatir la inseguridad. Por el otro, el poder de los grupos organizados para utilizar la violencia como instrumento de control de sus intereses y territorios. Ambos temas no son fáciles de comprender y resolver, aunque la narrativa oficial y la de algunos analistas las interpreten como pleitos entre narcos y pandillas, como reacciones a las acciones gubernamentales de captura o decomiso de drogas y armas a esas bandas, o como efectos de la corrupción de autoridades federales o locales pasadas o presentes. Como se sabe, la violencia no es patrimonio exclusivo del Estado o de las sociedades criminales. Es un recurso utilizado en diversas proporciones y contextos sociales para imponer o negociar intereses particulares, para desafiar un orden económico, político o cultural, y, en un nivel más amplio y difuso, es una cultura estructurada sobre normas y valores opuestos a los que comunmente se destacan como deseables (paz, cooperación, cohesión, integración social). Desde las ciencias sociales, el análisis de las relaciones entre violencia y orden social es un tema recurrente, abordado desde distintas ópticas. En Violence and Social Orders: A Conceptual Framework for Interpreting Recorded Humany History (2009), por ejemplo, los economistas Douglass North, John J. Wallis y Barry R. Weingast se propusieron examinar el papel de la violencia en la historia humana con el fin de comparar los comportamientos económicos y sociales en distintas épocas y sociedades. El argumento central es que la violencia es producto de las formas en que se negocian los intereses de los individuos y grupos a través de instituciones formales e informales. Al distinguir a las instituciones como conjuntos de “patrones de organización social” u “órdenes sociales”, se identifican instituciones de “acceso abierto” (Estados sociales) o de “acceso cerrado” (Estados naturales). Las primeras son las instituciones modernas del estado y surgieron con el capitalismo democrático desde hace un par de siglos. Las segundas son mucho más antiguas, son de corte tradicional, de carácter personalista, solo accesibles a las élites, a ciertos grupos de poder, o a las mafias. Los autores sostienen que ambos órdenes coexisten en muchas sociedades contemopráneas. Violencia, instituciones, organizaciones y creencias forman el entramado conceptual de esta perspectiva. En la sociología, Durkheim introdujo en La división del trabajo social y en El suicidio, el concepto de anomia para explicar los comportamientos sociales en contextos de grandes cambios políticos y económicos. Anomia significa el vaciamiento de sentido de normas y valores que se consideran deseables o dominantes, algo que otro sociólogo, Robert Merton, años después, considerará como comportamientos “evasivos” o “desviados” de las normas. La anomia es un fenómeno típico de sociedades en transición, en la que cierto grupo de reglas y valores dejan de ser útiles para orientar el sentido de seguridad, pertenencia e identidad de los individuos. La expresión más extrema de esa crisis de sentido es, según Durkheim, el suicidio. En este razonamiento sociológico, la anomia “es la quiebra de la estructura cultural entre normas y objetivos culturales” -significaciones, representaciones- “y las capacidades socialmente estructuradas de los individuos y grupos para obrar de acuerdo con aquellas”. Años después, Max Weber hablaría del “monopolio legítimo de la violencia” por parte del Estado para asegurar el orden social, mientras que Karl Marx definía a la violencia, con una clara tonalidad política, como “la partera de la historia”. Estos acercamientos al fenómeno de la violencia y la anomia en sociedades contemporáneas como la mexicana son claramente insuficientes para comprender el origen causal de sus relaciones. Sin embargo, parece claro que la multiplicación de diversos tipos de violencias en los años recientes (política, sexual, delincuencial, verbal, familiar, vecinal) se ha consolidado como un fenómeno central del orden social en México. Asimismo, algunas esas violencias se han institucionalizado en el contexto del combate al crimen organizado pero también al desorganizado, cuyas fronteras son cada vez más difusas. Si, como afirmaba Durkheim, la anomia es la expresión dramática de la “desorganización moral” de muchos grupos, es la debilidad de la estructura de la autoridad estatal la que agudiza la impresión de que en no pocos territorios y poblaciones la imagen de la jungla hobbesiana se adueña del espectáculo cotidiano. Que hoy la iglesia católica y la propia presidencia de la república haga llamados a los criminales para que respeten los valores cristianos, sólo confirma que la era de la anomia ha llegado, con la proliferación de instituciones de “acceso cerrado” que actúan como autoridades fácticas en Jalisco, Guanajuato, Chihuahua, Sonora o Sinaloa. Rezos, procesiones y misas parecen ser los últimos recursos para combatir los múltiples rostros de la violencia que padecemos desde hace casi veinte años. Pero ni soldados ni sacerdotes son suficientes para contener los brotes de violencia criminal observados en las últimas semanas, algo que contrasta con la capacidad de reacción de los grupos que incendian camiones y comercios en los espacios públicos de pueblos y ciudades. La anomia social mexicana es una mancha que parece extenderse sin prisas pero sin pausas, y forma parte del complejo proceso de desestructuración de la autoridad estatal (federal, estadual y municipal) entre diversas poblaciones y territorios. Y aunque el huevo de la serpiente haya sido incubado desde hace dos décadas, lo que tenemos hoy es el rostro de una bestia poliforme que actúa cotidianamente en las escalas locales mediante la explotación del miedo, las desapariciones forzadas, la amenaza y la extorsión, en formas de organización que mezclan el bandolerismo, el comportamiento mafioso o el terrorismo con lógicas de acción cuasi-paramilitares. Las campanadas de la ingobernabilidad resuenan desde Tijuana, Guadalajara y Ciudad Juárez, aunque el inquilino del palacio nacional insista en que son otra cosa.

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