Thursday, September 19, 2024

Libertad académica

Diario de incertidumbres Libertad académica, hoy. Adrián Acosta Silva (Campus-Milenio, 19/09/2024) https://suplementocampus.com/libertad-academica-hoy/ Uno de los principios fundacionales de la universidad contemporánea es la libertad académica, definida básicamente como libertad de cátedra e investigación. Su origen remoto se ubica en el siglo de las luces, cuyo motor fue la filosofía del liberalismo, anclada en una actitud anti-dogmática y en el desarrollo de la racionalidad científica como ejercicio de curiosidad y libertad intelectual. Su origen reciente se ubica a comienzos del siglo XIX cuando, en un oscuro cubículo de una universidad alemana, en Berlín, Wilhelm Von Humboldt, un científico y filósofo orientado a la práctica docente entre estudiantes universitarios, planteó que el vínculo empírico entre el desarrollo de la investigación y la docencia era la fuente del “verdadero aprendizaje”. Para Humboldt, la universidad de investigación organizada en escuelas, facultades, laboratorios, institutos y departamentos significaba el futuro universitario. Pero esa forma universitaria requería de un ambiente de cooperación, flexibilidad y disposición que solo podría ser producto de la libertad académica de investigación, docencia y aprendizaje. A su vez, esa libertad estaría asociada a la autonomía institucional de la universidad, es decir, a sus capacidades auto organizativas y de autogobierno como condiciones básicas de gestión institucional de la libertad académica. Mucha agua ha corrido bajo el puente de estas primeras formulaciones humboldtianas. No obstante, tuvieron un impacto poderoso en la reforma de las universidades de todo el mundo a lo largo del siglo XX, aunque en diverso grado, proporción y dimensiones. Hoy, el modelo de la universidad de investigación ha desplazado retóricamente a la universidad profesionalizante, aunque en términos prácticos la formación profesional siga dominando abrumadoramente las prácticas de universidades como las latinoamericanas. En esa coexistencia entre la búsqueda de una universidad de investigación y las prácticas de la universidad profesional late el corazón secreto de las nuevas tensiones universitarias, dominadas por las retóricas de la innovación, el emprendurismo, la excelencia, la calidad y la competencia por indicadores de legitimidad, prestigio y recursos. En este contexto, el significado y las prácticas de la libertad académica se han adaptado a nuevas exigencias y demandas. Esa libertad nunca ha significado que los académicos hagan lo que ellos deciden de manera exclusiva y en solitario. Sus procesos previos de formación en la licenciatura y el posgrado, los núcleos de académicos con los cuales interactúan, los ambientes específicos, los estilos y los hábitos de las diversas disciplinas y campos de conocimiento a los cuales pertenecen o se incorporan, marcan las subjetividades de los académicos y sus afinidades electivas. La libertad académica es producto de un largo proceso de socialización de carácter formativo y contextual, en el que intervienen la selección de temas de investigación, el perfil de sus comunidades epistémicas, las tradiciones disciplinarias, los ambientes institucionales de organización de la investigación y el aprendizaje. ¿Qué significa hoy la libertad académica? La posibilidad de ejercer el derecho y la responsabilidad de explorar temas sociales y problemas públicos, de fenómenos de la naturaleza, de la sociedad o del conocimiento sin prejuicios ni prohibicionismos de ninguna índole. Significa el ejercicio de la racionalidad científica como fuente de inspiración y método para el estudio sistemático sobre las cosas que ignoramos o no comprendemos. Se trata de mantener la posibilidad de la conversación y la discusión académica con circuitos de colegas y estudiantes que comparten las mismas perplejidades, curiosidades e intereses de investigación en campos de conocimiento específicos. Es la posibilidad de organizar cursos, talleres, seminarios, coloquios o foros presenciales o virtuales para compartir hallazgos, discutir nuevos temas, enfoques o metodologías, y reconocer la fuerza del pasado científico para asumir, humildemente, que siempre “caminamos sobre los hombros de gigantes” como señaló Newton hace casi cuatrocientos años. No obstante, experimentamos desde hace tiempo la fuerza de una paradoja. La figura clásica de la universidad como “templo del conocimiento” se ha debilitado. Y no son claras las razones que lo explican. Quizá, en parte, por la desarticulación de las redes académicas o la debilidad de las condiciones laborales que sostienen las libertades de cátedra e investigación. Bajo la influencia de la compleja coexistencia de lógicas neo-utilitaristas, de la innovación, o del compromiso con las necesidades del mercado o del estado, la lógica de la libertad académica ha desvanecido sus fronteras y prácticas, atrapada en la burocratización de sus procesos, el debilitamiento de la ética académica, o los efectos perversos de un productivismo gobernado por el juego de incentivos simbólicos o monetarios. La decisión de los temas de investigación, la selección de proyectos asociados a prioridades nacionales o institucionales, la búsqueda de la publicación rápida en revistas o libros científicos ha desatado desde hace décadas una feroz competencia por estímulos, prestigios y reconocimientos. La dictadura de los rankings gobierna áreas extensas del territorio académico y las tribus que lo habitan. Pero los principales factores del debilitamiento de la libertad académica son externos al mundo universitario. Las elites del poder (sean gerencialistas, neoliberales o populistas) colocan sus intereses como los anteojos de las políticas públicas dirigidas al mundo de la investigación y la enseñanza universitaria. Las restricciones financieras, las dificultades de renovación generacional de las plantas académicas, los condicionamientos crecientes a las actividades científicas o tecnológicas influyen en el debilitamiento de las libertades académicas. Pero las aguas profundas del fenómeno tienen que ver con la desconfianza en la autoridad académica de las universidades, una desconfianza que se traduce en el cuestionamiento de la legitimidad académica universitaria y del poder institucional de la universidad en la vida pública. La libertad académica es hoy una práctica imposible en muchas regiones del mundo, y en otras se mantiene a pesar de las desconfianzas gubernamentales y las dificultades de siempre. Presiones financieras, restricciones políticas, polarizaciones ideológicas y nuevos oscurantismos (agrupados en la cultura de la cancelación), erosionan las frágiles estructuras de la confianza en que se sostienen las libertades de cátedra y de investigación en las universidades. Sin embargo, la libertad de cátedra no sólo es un principio de la autonomía universitaria: es también, y quizá, sobre todo, un principio civilizatorio.

Thursday, September 05, 2024

UAS: violencia y política

Diario de incertidumbres UAS: violencia y política Adrián Acosta Silva (Campus Milenio, 05/09/2024) https://suplementocampus.com/uas-violencia-y-politica/ El asesinato del exrector de la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS) Melesio Cuén Ojeda ocurrido el pasado 25 de julio en Culiacán, revela una complicada historia de violencia, poder y política asociada en diversos momentos a la propia trayectoria socio-institucional de la UAS. Aunque aún está en curso la investigación criminal de los hechos que llevaron a su asesinato, los motivos que lo causaron, y los autores intelectuales y operativos que lo organizaron, el asesinato de Cuén Ojeda forma parte de una trama que aún aguarda por una narrativa que explique cómo se articulan las relaciones entre las élites dirigentes, grupos y redes a los que representan los rectores de esa universidad, y de qué manera establecen vínculos políticos dentro y fuera de la propia institución. La historia reciente de la UAS muestra cómo los cambios en los entornos se articulan con los cambios en los arreglos políticos universitarios y en los procesos de legitimación, expansión y fortalecimiento de la propia universidad. Heredera de una larga tradición de universidades públicas estatales consideradas de izquierda de los años sesenta y setenta del siglo pasado -junto con universidades como las de Puebla, Guerrero o Zacatecas-, la UAS se asumió durante un largo ciclo como una universidad “crítica, popular y democrática” orientada hacia la transformación revolucionaria de su estado y del país. En ese contexto, la acción de grupos ligados al entonces Partido Comunista Mexicano (PCM) y, posteriormente, al Partido Socialista Unificado de México (PSUM), coexistieron con grupúsculos radicalizados cuya expresión más violenta fueron “Los enfermos”, autores de amenazas, golpizas y crímenes tolerados por las autoridades universitarias y estatales de entonces. Durante los años ochenta, en el contexto de la crisis del financiamiento público federal y estatal, y de los cambios en las orientaciones de las políticas públicas hacia las universidades, la UAS experimentó una transición en las ideas y grupos dominantes heredados de las dos décadas anteriores, que influyeron en los cambios en los códigos y liderazgos de la política universitaria. Esa transición motivó la modernización de la propia universidad desde finales de los años setenta y comienzos de los ochenta, a través de reformas impulsadas por la administración de rectores como Eduardo Franco (1977-1981) y, sobre todo, de Jorge Medina Viedas (1981-1985). El énfasis en la autonomía académica, el fortalecimiento de las funciones sustantivas de la universidad, y la adaptación a un nuevo contexto de políticas federales instrumentadas en el contexto de la “década perdida” de los ochenta, se colocaron al centro de esa transición de una universidad crítica, popular y democrática hacia una universidad moderna, plural, centrada en la vida académica más que en los pleitos políticos internos por el poder institucional. La transición no fue tersa ni fácil. Enfrentamientos con los gobernadores estatales por recursos y reconocimientos, las luchas por la democratización del régimen político, así como las restricciones y condicionamientos presupuestales a la universidad, configuraron una agenda de cambios en la UAS que permitieron no sólo su supervivencia sino también su transformación en los años ochenta y noventa. Durante las administraciones de los rectores Audomar Ahumada (1985-1989), David Moreno Lizárraga (1989-1993), Rubén Rocha Moya (1993-1997) -quién ahora funge como Gobernador del estado-, y hasta la rectoría de Jorge Luis Guevara Reynaga (1997-2001), la modernización de la UAS le permitió adaptarse a tiempos difíciles, pero también produjo como resultado fracturas y divisiones entre los grupos dirigentes y sus respectivos liderazgos. Esa historia de fracturas y desencuentros explica, en parte, las diversas trayectorias y circunstancias que marcan la historia política reciente de la UAS. Para comienzos del siglo XXI, la universidad entraba a una nueva etapa. Bajo las rectorías de Gómer Monarrez Lara (2001-2009), Melesio Cuén Ojeda (2005-2009), Víctor Corrales Burgueño (2009-2013), y Juan Eulogio Guerra Liera (2013-2017, y 2017-2021), la UAS consolidó su modernización y centró sus acciones institucionales -al igual que prácticamente todas las universidades estatales públicas autónomas del país- en temas como calidad, evaluación, rendición de cuentas, gobernanza, internacionalización, innovación y descentralización de sus servicios en todo el estado. No obstante, en la esfera política, las fracturas y las divisiones entre sus grupos dirigentes -sindicales, académicos, estudiantiles-, marcaban una historia de tensiones y disputas internas y externas a la universidad. La creación de Partido Sinaloense (PAS) en 2012, fue un punto de ruptura y reorganización de los grupos políticos de la UAS. Impulsado por Melesio Cuén y otros dirigentes y exrectores universitarios, el nuevo partido conquistó puestos de representación política en el congreso estatal y en varios ayuntamientos sinaloenses. El propio Cuén fue electo como presidente municipal de Culiacán en el período 2011-2012, puesto al que renunció para desempeñarse como diputado local en el período 2013-2016. A la llegada de Rubén Rocha como gobernador del estado en 2021, designó como secretario de Salud al exrector, expresidente municipal y exdiputado Cuén, pero, un año después, en mayo de 2022, en circunstancias confusas, el mismo Cuén fue cesado del cargo por el propio gobernador Rocha, aunque existen versiones de que el propio Cuén presentó su renuncia por desacuerdos con el gobernador. Un ingrediente más de esta microhistoria de acuerdos, pleitos y rupturas tiene que ver con el complicado litigio que enfrenta la administración del actual rector Jesús Madueña Molina con el gobierno estatal encabezado por Rocha. Entre acusaciones de corrupción, de violación a la autonomía universitaria, intentos de reforma a la ley orgánica de la UAS impulsados por el gobernador y el congreso estatal, condicionamientos presupuestales y escándalos mediáticos, el litigo se encuentra en las arenas judiciales locales y federal, en espera de una resolución. En este contexto ocurrió el asesinato del exrector Cuén, un contexto dramáticamente agravado por la captura (el mismo día del asesinato del exrector), y las posteriores declaraciones del célebre narcotraficante Ismael “Mayo” Zambada. El hecho duro es que una noticia de nota roja ha mostrado la complejidad de la historia universitaria, y muchas preguntas aguardan por respuestas que quizá nunca se darán. Pero cualesquiera que sean éstas, la historia política de la UAS forma parte de la historia política de Sinaloa. Sus protagonistas, algunos exrectores, forman parte de esa trama, y sus trayectorias muestran las zonas grises de las relaciones entre la política y el poder que están detrás de los cambios y transformaciones que hemos visto transcurrir en los patios interiores de la vida universitaria, mientras nuevas generaciones de estudiantes y académicos sinaloenses observan con interés, asombro o indiferencia el rumbo de los acontecimientos desde las instalaciones del campus universitario y sus alrededores.

Tuesday, September 03, 2024

Política y zombis

La política no es para zombis: ruinas, escombros y cadáveres Adrián Acosta Silva https://revistareplicante.com/la-politica-no-es-para-zombis/ Este pobre hombre…es víctima de esa triste superstición que asocia con espectros el cuerpo sin vida de un hombre, como los fantasmas con una casa abandonada. Herman Melville, Benito Cereno En el transcurso de la experiencia de los procesos electorales que se han desarrollado (o lo harán) en este 2024 en México y en diversas partes del mundo, han reaparecido las mismas preocupaciones que acompañan con intensidades variables a la vida política desde hace un par de décadas. Si durante los años ochenta del siglo pasado se asistió a lo que politólogos como Huntington denominaron como la “tercera ola” de la democracia, a lo largo del siglo XXI hemos visto desarrollarse rápidamente una contra-ola, o resaca, o reflujo, de movimientos autoritarios autocráticos o no democráticos en muchos paíeses, cuyas causas son difusas. En México o en Venezuela, en Argentina o en España, en los Estados Unidos, en Francia, Gran Bretaña o en el Parlamento Europeo, las elecciones de representantes políticos han movilizado las fuerzas y las retóricas de la política, en donde la democracia es la moneda de uso común, aunque su significado se haya vaciado de contenidos y límites precisos desde hace tiempo. En los contextos pre y postelectorales, los actores políticos utilizan las máscaras de la temporada para movilizar sus recursos y herramientas para llamar la atención sobre sus ideas, propuestas y figuras. En esos contextos de movilización y activismo feroz en busca de votos, legitimidad y apoyo, destacan los políticos profesionales en activo y los que deambulan entre el invierno de sus desgracias. Cierta lógica darwinista explica la supervivencia de unos y la extinción de otros: la evolución de las especies también puede aplicar a la vida política. Este es un breviario condensado en 15 notas, un recuento arbitrario y azaroso de recorridos por los extraños paisajes de ruinas, escombros, fantasmas y cadáveres que se amontonan rápidamente en la vida política contemporánea y sus representaciones.El foco de atención es el comportamiento de sus principales actores (partidos, organizaciones, líderes) y de sus efectos en la configuración de los escenarios sociopolíticos de la temporada. Son pequeños retratos con paisaje, cuyo propósito, si es que hay que enunciar alguno, es tratar registrar de manera impresionista lo que ocurre en estos tiempos de fascinaciones colectivas por los abismos de las polarizaciones políticas. 1. La política es, a veces, un bazar de asombros. Renuncias inesperadas o indeseadas; cambios bruscos de timón, recorridos de trayectorias indecisas, o súbitos abordajes de barcos completos; derrotas políticas que luego se traducen en ganancias inesperadas; historias zigzagueantes de organizaciones e individuos; proyectos fallidos; resultados no buscados pero deseados, y efectos deseados pero no cumplidos; alianzas extrañas unidas solamente por el pegamento del oportunismo y las ilusiones (“la política y el matrimonio producen extraños compañeros de cama”, sentenció el viejo Groucho); interminables desfiles de políticos depredadores, de personajes de moralidades elásticas y códigos de ética siempre adaptables a las circunstancias. Son algunas de las estampas que forman parte de los mapas, brújulas y territorios que se suelen emplear para tratar de descifrar los comportamientos políticos modernos. 2. Las prácticas políticas son realizadas por múltiples actores bajos ciertas reglas y condiciones, cuyos umbrales de cumplimiento son variables. El núcleo de la política es por supuesto la búsqueda del poder, definido a la manera weberiana como una relación entre los que mandan y los que obedecen, que en su forma moderna son representados por gobernantes, partidos políticos y ciudadanos. Sus códigos básicos de entendimiento son el producto sofisticado de la combinación entre la experiencia y las instituciones, de la razón y de las pasiones, de la voluntad, el interés y el cálculo. El animal político guiado por una mezcla de instintos e intereses del que hablaban los antiguos es también el animal político del que hablan los modernos. La política no cambia; lo que cambian son sus actores, reglas e instituciones. (Una frase peor es la que se suele aplicar entre ciertos críticos o escépticos de los círculos del poder en Washington DC: “la política es la misma mierda; lo que cambian son las moscas”). 3. La política nunca es una zona muerta, un territorio baldío, un espacio vacío. Tampoco es el cementerio de las ilusiones, pasiones o los intereses, aunque muchas veces la historia enseña cómo el fracaso de las artes de la política para resolver las diferencias a favor o en contra del gobierno, o a favor o en contra de los ciudadanos, puede llevar justamente al territorio fangoso de la anti-política, es decir, al uso del chantaje, la violencia y la fuerza para resolver los conflictos. A lo largo de la historia y de los últimos años hemos visto emerger en diversas latitudes y contextos un adelgazamiento paulatino de los límites de la política y de la violencia. En el contexto de la persistencia de la desigualdad social y el recrudecimiento de las violencias causadas por la expansión de la ola criminal ligada al narcotráfico, la inseguridad y la industria de la migración forzada de miles de ciudadanos, dictadura o democracia, democracias representativas o democracias populistas, teocracias o monarquías, autoritarismo o democracia, suelen ser algunas de las antípodas que se yerguen bajo el cielo oscurecido de la política contemporánea. 4. La política es un territorio vivo, habitado por rutinas, pero también por sombras y luces, sorpresas e ilusiones. Sus espectáculos producen a menudo asombros, confusión, ansiedad, que son emociones asociadas al hecho de que la política no es solamente el imperio del cálculo racional de los actores involucrados (los “jugadores”, como se les denomina en las teorías políticas de la escuela del rational choice), sino también de los efectos perversos o no deseados de las acciones políticas. Ello puede llevar, en ocasiones, al “invierno de las decepciones”, pero también, en otras, al “verano de las ilusiones”, para decirlo en la sombría tonalidad de las palabras que Shakespeare usó en Hamlet. 5. Lo decía Gramsci, en la oscuridad de una cárcel italiana en la época del fascismo: la política es el ámbito de lo posible, no de lo deseable. Esos son sus límites infranqueables, el corazón metálico de sus tensiones. Pero la finalidad de cualquier tipo de política es la de resolver problemas públicos. Esa resolución se basa en acuerdos, arreglos, transacciones, negociaciones, y sus constructos más elaborados son las leyes y las instituciones, ese tipo de artefactos útiles para tratar de evitar el síndrome (o la maldición) de la piedra de Sísifo, donde cada generación está condenada a empezar a construir algo nuevo sobre los mismos asuntos una y otra vez. 6. Los hechos políticos, en tanto hechos sociales, hay que tratarlos como cosas, aconsejaba con prudencia Durkheim en sus Reglas del método sociológico. Ese distanciamiento ayuda a des-moralizar los comportamientos políticos, y verlos bajo la lupa del razonamiento descriptivo, fáctico, y no del razonamiento normativo, basado en juicios (o prejuicios) éticos o morales. Eso no significa que en la acción política no exista cierta lógica normativa, basada en valores, que guía o pretende orientar los comportamientos de la vida política en sociedades complejas, es decir, conflictivas y cambiantes. Lo que se apunta es que la densidad y complejidad de los hechos políticos tienen que ser descritos antes que juzgados, comprendidos antes de ser resueltos. Es desafiar la lógica convencional que suelen usar muchos políticos profesionales que consiste en cargar bajo el brazo un portafolio de soluciones en busca de problemas, cuando en buena lógica debería ocurrir al revés: identificar y comprender problemas que posibiliten imaginar soluciones. 7. Una de las claves interpretativas de la vida política y de sus entornos es la mirada de los políticos. Más específicamente, el lenguaje y los ojos con los cuales los políticos profesionales se desenvuelven en la vida pública. Empresarios que se vuelven políticos, o predicadores que abrazan la política como el leit motiv de sus vidas públicas y privadas, tienen en común el uso de un lenguaje disruptivo, incendiario, que mezcla insultos, descalificaciones, prédicas morales, condenas y bendiciones. Es un lenguaje cuasi religioso, dirigido a la conquista de una mayoría ruidosa, incondicional, entusiasmada con el lenguaje mesiánico del líder, el caudillo o el jerarca. 8. Los ojos inquietos, nerviosos, a veces enloquecidos de un líder frente a la multitud refuerzan el lenguaje y los gestos. En el pasado, Hitler, Mussolini o Fidel Castro, o en el presente Jean Marie Le Pen, Donald Trump o Javier Milei, son los prototipos de gesticuladores clásicos, que muestran cómo los ojos se articulan y complementan con las palabras. Ejercen a su modo y circunstancias el viejo arte de la retórica política y de la fuerza del lenguaje, el equilibrio entre la voz y la mirada. Mientras observan con sus ojos a todos y a nadie, su mirada está puesta más allá, en la Historia. Los rostros de la multitud no le representan nada. El perfil luminoso de la Historia es su verdadero foco de atención, el que le proporciona inspiración, fuerza y sentido a sus palabras y a sus ojos. Si el poder de la masa es expresión de su unión, el poder del político es el impacto de su mensaje. Quizá por eso la política puede ser vista en ocasiones como una representación religiosa, o pagana, o mística, del poder colectivo, que se acompaña de rituales de adoración, símbolos, gesticulaciones, promesas y señales bajo el cielo azul de las ilusiones. 9. En el espectáculo político contemporáneo desfilan personajes y personajillos de distinta estatura, capacidades y calaña, pero no todos son iguales La clasificación puede reducirse o ampliarse según sea la mirada, la experiencia o el conocimiento del observador. Existen los políticos depredadores como Milei o Trump, los despiadados como Hitler, los ingenuos/bienintencionados como Macron, los ignorantes que padecen incontinencias verbales como Vicente Fox, prototipos de dictadores de traje y corbata como Nicolás Maduro, los astutos, calculadores y autoritarios como Margaret Thatcher, López Obrador o Salinas de Gortari, los inteligentes como Barack Obama, Jesús Reyes Heroles o Kamala Harris, los oportunistas y autócratas pura sangre como Erdogan, Orbán o Netanyahu. Si uno coloca la mirada en los sótanos y los pisos inferiores de la política, la clasificación se puede ampliar o reducir, pero es muy probable que se repitan los mismos patrones y perfiles de los liderazgos políticos realmente existentes. 10. Mención aparte son los muertos vivientes de la política, los zombis que recorren y re-visitan los territorios en los cuales vivían y de los cuales han sido expulsados de manera ocasional o permanente. Son las siluetas de figuras que recorren como fantasmas o zombis en los espacios políticos. Algunos desaparecen para siempre y otros, en ciertas circunstancias, tienen retornos sorprendentes, inesperados, al mundo de los políticos activos, invocados por los cálculos e intereses de otros. En términos novelísticos, Fouché, de Stephan Zweig, es quizá la representación más deslumbrante de los rasgos de los políticos que se niegan a morir, aun cuando su carrera está acabada por las circunstancias, por sus errores, por malas decisiones o pura mala suerte, y que son condenados al ostracismo de la política, a deambular por pasillos, cantinas y salones buscando una nueva oportunidad - “una última” rogaba Fouché-, para regresar a las zonas vivas de la política mundana, no de sus zonas muertas, o abandonadas. Personajes tristes de los espectáculos de la política, esos individuos representan los extraños caminos del fracaso político, hombres y mujeres que, parafraseando una frase de Eliot en La tierra baldía, practican imaginarias partidas de ajedrez “fatigando ojos sin párpados/ esperando una llamada” que quizá nunca llegará. 11. La confianza es la flor exótica y delicada de la vida política y de los políticos. Se alimenta de la reputación, el prestigio y la eficacia de la acción política, cuyas implicaciones siempre van más allá del carácter de los individuos o la forma de las organizaciones. Justo por ello, para no dejar decisiones importantes únicamente en manos de los intereses y ambiciones de individuos, camarillas y grupúsculos de poder, se crean leyes e instituciones que hagan de las prácticas políticas acciones delimitadas por entornos regulatorios que garanticen ciertos equilibrios, separación de poderes, procedimientos, derechos, obligaciones, responsabilidades, sanciones, reconocimientos para el ejercicio político. La confianza se traduce en legitimidad, aunque sus umbrales suelen moverse permanentemente entre la legitimidad plena y la legitimidad deficitaria. 12. Las democracias contemporáneas están habitadas por instituciones, depósitos y basureros. Su complejidad radica en la fragilidad de los principios, los valores y las reglas que sustentan sus rasgos básicos: separación de poderes públicos, reconocimiento del pluralismo, participación de los ciudadanos, elecciones libres, legitimidad de las representaciones políticas, cumplimiento de la ley, responsabilidad pública de las autoridades electas, sistemas de partidos, mecanismos de reclutamiento político. Aunque los regímenes políticos sean diferentes (presidencialismos, parlamentarismos, y sus respectivos semis), y sus orientaciones ideológicas apunten hacia direcciones diversas (democracias liberales o democracias populistas), las democracias modernas asumen a las tensiones como el combustible de la política. Experiencias de cambio y continuidad, de fracturas y solidificaciones, son representadas por proyectos exitosos y fallidos en múltiples contextos sociales. 13. Si, como afirmara Hobbes, el egoísmo es la fuerza motriz de la vida en sociedad, la política es el espacio público donde confluyen egos de distinto tamaño, capacidad e influencia. Disfrazados frecuentemente de altruismos, buenas intenciones y grandes proyectos y expectativas maximalistas, los comportamientos de las élites políticas revelan el tamaño de sus aspiraciones egocéntricas, grupusculares o tribales, que se alimentan de los cuerpos o cadáveres de las organizaciones políticas que dirigen o representan. El México contemporáneo, sumido en un proceso inocultable de cambio político, representa el fenómeno de manera clara. Los casos de los liderazgos de Alejandro Moreno (“Alito”) en un PRI en crisis, de Marko Cortés en un PAN derrotado y confundido, o de Jesús Zambrano en un PRD en avanzado estado de descomposición cadavérica, contrastan con las expresiones de alegría y felicidad que propagan los dirigentes del MORENA luego del triunfo electoral de junio, como una extensión de sus propios sueños, fantasías y aspiraciones tribales. 14. Como lo recuerda Isaiah Berlin, la política era para Helvetius y para no pocos de los enciclopedistas europeos del siglo 18 una “ciencia moral”, es decir, una actividad dirigida hacia la mejora del bienestar de una colectividad bajo ciertos principios, reglas y valores, y no una práctica dirigida por gente sin escrúpulos, que sólo mira sus propios intereses personales promovidos como los intereses de toda una colectividad. Las tiranías, las teocracias, los totalitarismos y las dictaduras antiguas y modernas son la expresión política de cómo, bajo ciertas condiciones, el gobierno de muchos (las “poliarquías”, según Robert Dahl), se puede transformar en el gobierno de pocos (oligarquías, autoritarismos, autocracias). Esas expresiones pueden ser reversibles, pero el costo social y político puede ser muy alto para muchos. 15. La naturaleza de la bestia política es la búsqueda de poder, que se traduce en un activismo febril en la conquista de puestos y posiciones. Un político sin puestos es un político sin el poder de la representación, es decir, un no-político, un ciudadano cualquiera. La fuerza de un político se mide por su capacidad de influencia, por su posición en el tablero de los juegos de la temporada. Sus estrategias, creencias e intereses siempre están ligadas a ser un actor y no un espectador, un protagonista, no parte del público. Los tiempos tristes de un político ocurren cuando no tiene puestos ni influencia, cuando vive de sus ocupaciones privadas, individuales, no políticas. Su sentido de pertenencia e identidad está anclado irremediablemente a la búsqueda del poder. Cuando ello no ocurre, es cuando vive en la zona de los zombis, de los muertos insepultos, ese territorio lúgubre al que los expolíticos, los políticos fracasados, los abandonados, excluidos o marginados de los juegos del poder, están condenados de manera permanente o coyuntural. Es la tierra de la no-política. Es cuando algunos de esos personajes escriben, o deberían escribir, sus propios diarios del año de la peste, justo como aconseja el personaje principal de El mar, la espléndida novela de John Banville, como recurso existencial para tratar de encarar los tiempos difíciles.