Friday, October 10, 2025

1968: un violín en el claro

Diario de incertidumbres 1968: un violín en el claro Adrián Acosta Silva Campus Milenio, 09/10/2025 https://suplementocampus.com/1968-un-violin-en-el-claro/ La semana pasada se conmemoraron 57 años de la matanza estudiantil ocurrida en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. Como cada año, ese 2 de octubre de 1968 se celebra como ritual y memorial, símbolo y recordatorio, tragedia y emblema. Sus significados son múltiples y paradójicos. Fue la expresión de los rasgos despóticos del autoritarismo mexicano de los regímenes posrevolucionarios, una expresión representada nítidamente por la figura del entonces presidente Díaz Ordaz, cristalizada a través de sus palabras y hechos. Pero también puede verse como el final anticipado de una época política y social y el inicio accidentado de otra, la que nos condujo desde los años setenta a una serie de tensiones, reformas y cambios de diversa magnitud e intensidad que nos trajo hasta donde estamos ahora. La marcha realizada en la Ciudad de México es una postal que enmarca las variadas interpretaciones que provoca el movimiento estudiantil del 68 entre la sociedad mexicana del siglo XXI. Las demandas son ilustrativas de la polifonía del evento: protestas por los 43 desaparecidos de Ayotzinapa y contra el genocidio que ocurre en la Franja de Gaza; exigencias feministas y reconocimiento a la lucha del ya extinto Sindicato Mexicano de Electricistas por sus reivindicaciones laborales; justicia para las víctimas de la violencia homicida que se desarrolla en diversas regiones del país, respeto a los pueblos zapatistas, y reclamos por la incapacidad gubernamental para enfrentar la crisis de las desapariciones de miles de jóvenes en todo el país. Los recordatorios por los hechos del 68 fueron la cobertura simbólica que cobijó los múltiples reclamos y exigencias que fueron visibles en las calles y el zócalo de la Ciudad de México. Pero también fue acompañada por las escenas de violencia y vandalismo protagonizadas por el autodenominado “bloque negro”, un grupúsculo que en cada movilización colectiva acompaña con bombas molotov, piedras y palos los recorridos por calles y avenidas de la capital del país. De orígenes extraños y enraizados en una ambigua retórica que mezcla banderas pseudoanarquistas y prácticas de pandillerismo con la simpatía por la destrucción, el saqueo y la violencia como emblemas de sus acciones, esos grupúsculos se reconocen también, paradójicamente, como “hijos del 68”. La conmemoración también tiene usos políticos. El morenismo en el poder, encabezado por la presidenta Sheinbaum, se asume como heredero de aquel movimiento estudiantil, algo que la diferencia claramente de su antecesor López Obrador, quien siempre ha mantenido una posición ambigua respecto al significado social, cultural y político de los acontecimientos del 68 y sus efectos en el cambio político mexicano. Para otros actores no gubernamentales (principalmente en las universidades públicas y en las organizaciones que se identifican con la izquierda democrática), el 68 significa el punto de no retorno al viejo autoritarismo priista, el movimiento que abrió, entre el humo de las balas, la cárcel y la sangre, un horizonte de cambios que era necesario para impulsar la justicia, la democracia y el desarrollo de la sociedad mexicana. Esas interpretaciones y significados culturales se han enraizado profundamente entre las épicas, mitos y realidades que varias generaciones han cultivado en sus imaginarios políticos en torno a aquel trágico y a la vez luminoso movimiento de los jóvenes estudiantes que reclamaron sus derechos a la libertad y a la justicia frente a un régimen envejecido y autoritario, que en los años sesenta seguía viviendo entre las ruinas de cartón piedra y los rituales huecos de la mitología revolucionaria. No obstante, las manifestaciones sobre el 68 esconden significados contradictorios y paradójicos, y nadie puede atribuirse ser el heredero único y legítimo de las secuelas sociopolíticas de los hechos ocurridos hace casi seis décadas. Hoy, el 68 es un año que es fuente de identidad para unos y de ruptura para otros. En el campo político, abrió dos grandes rutas de salida para la crisis de aquel año cuya música de fondo era el rock, la poesía y las iconografías de la revolución cubana y mexicana. Una era la vía larga de las reformas democráticas a través de la organización de nuevos partidos políticos y reglas electorales. Otra era la vía corta de la revolución violenta contra el régimen a través de la formación de organizaciones armadas, habitando entre las sombras de la clandestinidad. En el campo de la dominación política, el viejo régimen en cuyo centro gravitaba el PRI como símbolo y ejercicio del poder, experimentó una serie de ajustes que llevaron varias fracturas a finales de los años 80, y que finalmente perdió el poder por la vía electoral desde el año 2000, hasta llegar al virtual estado de disolución y corrupción en que lo vemos ahora. En el territorio de la educación superior, el 68 significó una potente ola de expansión y diversificación de las universidades e instituciones públicas de ese nivel. Durante los años setenta fueron fundadas nuevas universidades públicas por todo el país (la UAM, la UA de Aguascalientes, la UA de Ciudad Juárez, la U A de Baja California Sur, entre otras) y la estructuración de nuevas instituciones de educación superior públicas no universitarias (institutos y escuelas tecnológicas). Las universidades públicas más antiguas y consolidadas experimentarían también reformas institucionales asociadas muchas veces a movimientos estudiantiles, sindicales y reclamos académicos. Tal vez para muchas franjas de las nuevas generaciones estudiantiles que habitan los campus universitarios en todo el país, el 68 es un movimiento no sólo lejano en el tiempo sino confuso en sus significados. Los jóvenes de preparatoria o de licenciatura saben de ese movimiento a través de los relatos de sus padres, tíos o abuelos. Quizá el 68 solo pueda ser representado como el sonido de “un violín en un claro”, como se refería a alguna de sus propias obras Vladimir Nabokov, es decir, un eco surgido entre un espacio abierto situado en el corazón de un oscuro paisaje boscoso.

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