Monday, January 26, 2015

Temporada de ilusiones


Estación de paso
Temporada de ilusiones
Adrián Acosta Silva
(Señales de humo, Radio U. de G., 22 de enero, 2015.)
Las campañas electorales han vuelto, una vez más, a la escena pública. Es la temporada. Cambian un poco –en realidad, casi nada- los rostros, los actores, los contextos, pero se mantiene básicamente invariable el discurso y las ilusiones asociadas inevitablemente a la promoción del voto por una persona o por un partido. Los anuncios espectaculares se multiplican como moscas por toda la ciudad, instalados en calles y avenidas, postes y camiones; los promocionales en radio y televisión inundan los medios tradicionales; las redes sociales son habitadas por mensajes en facebook, tweets, correos electrónicos, difundiendo ocurrencias, diatribas, elogios, indiferencias, críticas, insultos, lo de siempre.
La novedad tiene que ver con las candidaturas independientes y un puñado de nuevos partidos y agrupaciones políticas de izquierda y derecha (MORENA, Encuentro Social, Partido Humanista). En Jalisco, por ejemplo, payasos, empresarios, funcionarios con licencia, políticos tradicionales, exdiputados, expresidentes municipales, exgobernadores, zombies de la política (políticos en desgracia, que vivieron mejores momentos en el pasado remoto o reciente), reaparecen con el espectáculo de la temporada. Organizan reuniones con militantes y simpatizantes de sus causas o intereses, se auto-promueven sin pudor y sin piedad, contratan asesores de imagen y mercadólogos de la política, encargan encuestas para saber cómo son vistos por los ciudadanos. Las palabras y las promesas son reiterativas: “esperanza de México”, “resolver problemas”, “nueva oportunidad”, “lo mejor está por venir”, “basta de corrupción”, “ciudadanos auténticos”, “los ciudadanos mandan”, “todos somos...”: palabrería de temporada, cada vez más repetitiva, sin imaginación, machacona, aburrida.
Las lecturas de hechos y dichos pueden ser muchas. Las más críticas enfatizan la irrelevancia de los rituales electorales, el sinsentido o el hartazgo con la jaula de hierro de la política partidocrática, la confirmación de la política mexicana como un horizonte sin cambios ni expectativas. Otras miran en las precampañas y campañas de partidos y candidatos como el producto ya probado de un libreto viejo, que no anticipa nada nuevo y sí un empeoramiento interminable de lo que hemos observado desde hace muchos años. Algunas pocas más, en contraste, ofrecen lecturas optimistas, de oportunidades de consolidación de la democracia mexicana, de aprovechar las ventajas del sistema de partidos, de resaltar las bondades de la nueva legislación electoral promulgada en el 2013. Y muchas otras, las que flotan en el ánimo de diversos sectores de las “mayorías silenciosas” de la sociedad desorganizada, son lecturas desde la indiferencia, formadas por la repetición de un ritual que no anticipa ni cambios espectaculares ni novedades interesantes para la vida cotidiana de los ciudadanos.
Detrás de éstas y otras lecturas, se encuentran acumuladas experiencias, humores y expectativas de ciudadanos e intérpretes, y del pequeño ejército de opinadores amateurs y profesionales que desde hace tiempo viven de los rumores, los chismes y los escándalos de la clase política mexicana. Esas experiencias son muy diversas, y dependen de la posición de los ciudadanos y opinadores frente a la política y frente a la democracia. Y lo que sabemos es que existe un amplio desprestigio de los partidos y de los políticos frente a los ciudadanos, una desconfianza esencial en torno a las posibilidades o potencialidades transformadoras de la política y de la democracia en nuestro país. La desconfianza como el lecho seco del río político mexicano de los últimos años.
La opinocracia, por su parte, se alimenta de sus propias fobias, prejuicios e intereses, y responde a otras lógicas, más pragmáticas y potencialmente más rentables para los escribas: desde aquellos gacetilleros que lanzan lisonjas o descalificaciones a ciertos candidatos y partidos, hasta aquellos que apuestan todo al pueblo, “a los de abajo”, para resolver nuestros problemas sociales, de justicia e igualdad, como si “los de abajo” no hicieran también política. Unos son negociantes de plumas y opiniones; otros, demagogos francos o comentaristas bienintencionados. Los opinadores se han multiplicado dada la oferta de nuevos medios y espacios, pero también al hecho de que la noticia política se ha vuelto una buena mercancía para los dueños de los medios: vende bien, los escándalos son noticia caliente. Pero unos y otros forman un hecho duro: es lo que hay, lo que producen éstas tierras cálidas y tropicales desde hace mucho tiempo.
Actores y espectadores, árbitros y funcionarios, políticos y ciudadanos se aprestan al espectáculo de la temporada electoral trianual. Spots, carteles e imágenes se amontonan en el paisaje urbano y rural en 17 entidades de la república, incluida Jalisco. Pero detrás de rostros serios o sonrientes, colores partidistas y frases promocionales, no parece haber nada más que el vacío retórico y programático de los aspirantes. Las propuestas de campaña son de una pobreza programática espeluznante. Tal vez sea la confirmación del fin de las ideologías, de la irrelevancia de proyectos e ideas como parte de la discusión pública, del pragmatismo cortoplacista como estrategia de distribución de los puestos públicos de la temporada. Es la expansión (¿legitimación?) de una cultura político-electoral reacia al debate público, sujeta a las reglas de la mercadotecnia y a la personalización de la política. Lo dicho: es lo que hay.

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