Monday, January 12, 2015

Un sueño hippie




Un sueño hippie
Adrián Acosta Silva
Memorias de Neil Young. El sueño de un hippie, 2ª. Ed. Malpaso, 2014, Barcelona.
(Publicado en Tapatío, suplemento cultural del diario El Informador, Guadalajara, Jal., 4 de enero, 2015.)
Los años sesenta y setenta colorearon buena parte de las creencias, ideas y valores que configuran parte de las herencias culturales del siglo XX en el mundo. Junto a la experiencia de las dos grandes guerras que mostraron el lado oscuro de la civilización, cuyos saldos mayores fueron el existencialismo y la búsqueda de nuevas utopías, algunas franjas de la generación de los baby-boomers contribuyeron, en parte, a la liberación sexual, al elogio de las drogas y de la psicodelia como instrumentos para expandir las puertas de la percepción (Huxley dixit), a la popularización de los temas y las preocupaciones ambientalistas de respeto o retorno a la naturaleza, y el impulso al amor y a la paz como símbolos de una nueva era, desmaterializada y anti-consumista, comunitaria y feliz. En el contexto de las crisis de las democracias, de la guerra de Vietnam y el movimiento por los derechos civiles, las generaciones nacidas después de la segunda gran guerra en los países occidentales, marcaron con sus reclamos, exigencias y demandas una nueva forma de gobernar al mundo, formas distintas de relacionarse unos con otros, el respeto a nuevas formas de expresión artística, y la condena al capitalismo del consumo y depredador surgido en los años de la prosperidad y la abundancia posteriores a la guerra. En otras palabras, la generación hippie enarboló la vieja bandera de una nueva utopía, un espacio y un tiempo de armonía y cooperación, de felicidad y bienestar, de sueños sin pesadillas.
La autobiografía de Neil Young reconstruye esa historia del imaginario social de una generación. En tono de confesión, poblado de impresiones, creencias e intuiciones sobre un montón de asuntos, el relato de un viejo rockero, icono y símbolo del imaginario y ciertas prácticas rockeras norteamericanas, es una exploración interesante sobre la experiencia del hippismo y sus legados, sus contradicciones y callejones sin salida.
El libro fue escrito entre 2010 y 2011, (aunque fue publicado en inglés a finales del 2012), cuando Young dejó de beber alcohol y de fumar mariguana, dos de sus hábitos preferidos. Bien visto, no era un buen presagio para escribir un libro, pues el abandono de dos costumbres interesantes puede volver a cualquiera un individuo desesperado, hosco y aburrido. Pese a todo, el recorrido memorístico de Young es un inventario impresionista, una ruta zigzageante e impulsiva. Ya se sabe: la memoria es una máquina selectiva y caprichosa, y la del rockero canadiense es un reflejo fiel de esa forma borrosa de recuerdos, impresiones y creencias. Su infancia en el pueblo de Omemee, en el mundo rural de Ontario, su adolescencia en Toronto, su huida hacia los Estados Unidos, sus primeras influencias musicales, sus primeras experiencias laborales como vendedor de pizzas y distribuidor de periódicos, forman parte de la república de su infancia, ese planeta que nos marca a todos para siempre. Coleccionista compulsivo de automóviles de los años cincuenta y de trenes eléctricos a escala, el autor de discos clave de la historia del rock como Harvest (1972) o Tonight´s The Night (1976), relata en torno intimista su paso por las diversas agrupaciones de las que ha formado parte, desde The Squires (en los años sesenta, su primera banda), hasta Buffalo Springfield, CSNY, y Crazy Horse, a la que considera su banda más inspiradora, fiel e importante. Reconoce la influencia de Bob Dylan en su trayectoria, pero también la de compañeros de viaje como Stephen Stills (con quien formó el célebre Crosby, Stills, Nash y Young, en los primero años setenta), el descubrimiento de The Beatles, las canciones de The Guess Who, y, más recientemente, ya entrados en los años setenta y hasta los noventa, la música de Bruce Springsteen o de Pearl Jam, de Nirvana y, hoy día, de grupos como Mumford & Sons, Wilco o Foo Fighters.
El libro está dividido en 68 capítulos ilustrado por 32 fotografías. En realidad, es una bitácora y un álbum de fotografías, un diario construido por la memoria y los recuerdos del autor de Heart of Gold o Southern Man. Como todos, son recuerdos imprecisos, quizá un tanto producto de la ilusión y cierta dosis de nostalgia, como reconoce Young en varias ocasiones. Por ahí desfilan Ronald Reagan y You Tube, el S-11 y Woodstock, el arte de ensamblar trenes eléctricos y de coleccionar compulsivamente automóviles viejos, la admiración a cineastas como Jean Paul Godard o Jonathan Demme.
Pero quizá la parte más interesante de los relatos de Young tienen que ver con sus huellas por la cultura hippie de los años sesenta y setenta. Por ahí desfilan las presencias de Joni Mitchell, The Band, The Doors, Jimi Hendrix, David Crosby y Graham Nash, Jefferson Airplane, The Yardbirds, Dylan, The Guess Who, Eric Clapton. Sorprende que haya conocido y recomendado a Charles Manson para que grabara un disco, y haber pasado una noche en la casa del que luego sería el autor intelectual del asesinato de Sharon Tate y otros, y que aún pasa sus días y noches en la prisión de Alcatraz, en la fría Bahía de San Francisco.
La tensión entre las musas y los amigos y colegas; las dificultades con las disqueras, el alcohol, las drogas y la fama; su relación con otros músicos y productores; su fascinación con la vida bucólica, el mar y las montañas, los desfiladeros y abismos de la costa californiana: esas son escenas que forman parte de la educación sentimental de un músico capaz de derretir una guitarra eléctrica en una furiosa ejecución rockera en algún concierto en Minnesota o en Seattle. Pero hay algunas claves que vale le pena subrayar en sus relatos:
Un Dios personal: “Todas las noches, después de las sesiones de grabación, íbamos en el Black Queen [un Buick 1947] hasta el Sunset Marquis de Alta Loma, en Holywood, zigzagueando por Santa Mónica Boulevard a las tres o cuatro de la mañana ciegos de tequila, así que Dios –para qué engañarnos- existe” (p.138).
Religión: “El horizonte se comunica conmigo cuando lo necesito, comparte conmigo los momentos de cambio. Acepto el horizonte tal como es, por lo que representa. Ésa es mi religión.” (p.227)
De sus problemas con la epilepsia: “El médico me recomendó que no tomara LSD. Lo cierto es que ningún médico me había recomendado lo contrario. Nunca lo he probado. Nunca quise probarlo. Ya alucino bastante yo solito, es algo que escapa a mi control” (p.132).
De sus principios y de la moral de las musas: “La honestidad es lo único que vale. LA VERDAD DUELE, PERO LA MUSA NO TIENE CONCIENCIA. SI HACES COSAS POR LA MÚSICA, LO HACES POR LA MÚSICA, Y TODO LO DEMÁS ES SECUNDARIO. AUNQUE ME HA COSTADO ENTENDERLO, ES EL MEJOR Y, DE HECHO, EL ÚNICO CAMINO PARA VIVIR UNA VIDA ENTREGADA A LA MUSA.” (P.39)
“UN HIPPIE CON DEMASIADO DINERO ES CAPAZ DE CUALQUIER COSA” (P.73).
Los relatos de Young –quien por cierto acaba de editar Storytone, el disco número 37 de su larga trayectoria como solista- confirman que la vida es una combinación de la voluntad y del azar, de la persistencia y la memoria, de los impulsos y de las afinidades electivas. Si, como escribió Philip Roth en Némesis, “toda biografía personal está sujeta al azar, es decir, a la tiranía de la contingencia”, la de Young no escapa en modo alguna de la sentencia rothiana. La vida que nos narra es quizá un poco como los largos requintos de Young en alguna de sus múltiples rolas: una navegación solitaria, libre, en ocasiones relajada, en ocasiones incendiaria, montada sobre las olas caprichosas de mares embravecidos.

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