Friday, May 08, 2015

Violencia y poder


Estación de paso
Violencia y poder
Adrián Acosta Silva
(Señales de humo, Radio U. de G., 7 de mayo, 2015)

La violencia es una fuente de poder. Y la violencia organizada es una fuente aún más potente. Suele ser considerada una práctica criminal, inmoral e ilegal, y social y políticamente se construyen múltiples instituciones para tratar de domesticar a la bestia furiosa de la fuerza como mecanismo de resolución de los conflictos. Y sin embargo, la violencia permanece y es utilizada como un recurso de intimidación, como fuente ocasional o permanente de temor, de miedo e incertidumbre, como un instrumento para proteger intereses o para anticipar nuevas decisiones. Por ello la violencia forma parte imborrable del orden social cotidiano, la expresión de impulsos y pasiones salvajes que se resisten a ser dominadas por los cálculos helados de la razón.
No se necesita ser abogado o economista, sociólogo o antropólogo para intuir que la violencia es también una bola de demolición de los procesos civilizatorios. El viejo Marx, por ejemplo, afirmaba aquello de la que la violencia es la partera de la historia (aunque el caústico Cioran diría que también puede ser su sepulturera), mientras que su (casi) contemporáneo Max Weber planteaba que solo el Estado es, o debería ser, la única fuente de la violencia legítima en la vida social, es decir, la única instancia que asegura, mediante la policía y el ejército, el cumplimiento de la ley y el mantenimiento del orden público. Sin embargo, a lo largo de la historia reciente, otros grupos han disputado al Estado el monopolio legítimo de la violencia: terroristas, traficantes de drogas, mafias criminales, pandillas urbanas. Y México es un buen ejemplo de cómo la violencia organizada de los narcotraficantes locales y regionales termina por desafiar de frente el poder simbólico o práctico representado por el Estado mexicano.
Quizá el episodio del pasado 1 de mayo en Jalisco constituya una pieza más en ese complicado ajedrez de violencia y poder que se ha estructurado en los últimos años en nuestro país. A casi una semana de los hechos, la narrativa oficial y los relatos sociales comienzan a mostrar sus vacíos, sus fisuras y desencuentros. El actor central del drama, el llamado Cártel Jalisco Nueva Generación, es considerado como el causante de la ola de violencia que recorrió la capital y el estado en la mañana de ese día (trágicamente) memorable. Y la explicación oficial es que esos acontecimientos fueron la reacción del Cártel a la “Operación Jalisco”, un dispositivo federal cuyo propósito era atrapar al líder de la organización, un tal “Mencho”, Nemesio Oseguera, un personaje siniestro, curtido en el drenaje, los sótanos y en las azoteas de las actividades del narcotráfico en el occidente del país.
El lenguaje de estos días de temor e incendios revela un tanto el perfil de las percepciones y representaciones que medios, periodistas y analistas locales y nacionales realizaron sobre el tema de la violencia narca. “Día de furia”, “Jalisco en vilo”, “Desafío a las instituciones”, “Ataque a la ciudadanía”, “Caos”, “Pánico”. La mañana del viernes, mientras que se sucedían los 39 bloqueos a carreteras y avenidas, se derribaban helicópteros militares, y se incendiaban sucursales bancarias, negocios y gasolineras, las imágenes y rumores circulaban en las redes sociales y una inocultable sensación de temor y confusión de extendía entre ciudadanos y autoridades. Y ese es justamente una de las claves, o secretos, del poder de la violencia: la exhibición pública, abierta, de la fuerza real o potencial que una organización puede tener en la vida social, y que provoca una sensación de inseguridad que altera las rutinas de la vida cotidiana de ciudadanos y funcionarios. La estética de la violencia acompañada de la estética del miedo.
Pero también hay una dimensión estrictamente política de las relaciones entre violencia y poder que ese día se mostraron en Jalisco. Una organización capaz de acumular capital -expresado en armas, bombas, lanzacohetes, redes de sicarios, vehículos, comunicaciones- para intimidar a la autoridad y a los ciudadanos no surge en el vacío político. Por lo que se sabe, por algunos reportes oficiales y por algunas investigaciones periodísticas, el Cártel Jalisco Nueva Generación es una organización incubada en el contexto de la crisis de otras mafias del narcotráfico, pero que también fue o es protegida por funcionarios locales, estatales o federales, que logró penetrar en las estructuras de gestión y operación policíacas, y que mantiene vínculos abiertos o discretos con el poder político en distintas esferas del gobierno. Eso confirma el poder del narco como otra fuerza de debilitamiento del poder del Estado. Esa madeja de relaciones estrictamente políticas, de intercambios de recursos e intereses, parece formar parte de las explosiones de violencia que están detrás del espectáculo de fuerza y poder que vivimos el pasado 1 de mayo. Si tal hipótesis es correcta, la potencia criminal puede desplazarse de las calles a los procesos electorales en curso, lo que implicaría la formación de una tormenta perfecta para la frágil democracia mexicana. Es, por donde se vea, un escenario indeseable, acaso catastrófico, no solo para los gobernantes en turno sino también para los gobernados.

No comments: