Thursday, September 10, 2015

El más extraño de los políticos


Estación de paso
El más extraño de los políticos
Adrián Acosta Silva
(Señales de humo, Radio U. de G., 10 de septiembre, 2015)
Las figuras del héroe, del oportunista y del traidor suelen ser fundamentales para reconstruir la vida política de todos los tiempos. Respecto de los primeros, nos los recuerda recientemente el escritor Michael Ignatieff en “El héroe que Europa necesitaba” -publicado en la versión digital de la revista Letras Libres-, donde se refiere a la figura de Václav Havel, el dramaturgo, poeta y escritor que luego se convertiría en Presidente de su natal Checoslovaquia durante los años duros de la transición que van de la caída del muro a la conquista de la democracia en los países del este de Europa. Havel, el amigo de Frank Zappa, el hombre en ocasiones desaliñado y distraído, el político entusiasta y el Presidente sobrio, representa muy bien esa necesidad de héroes que tienen las sociedades en momentos específicos de sus historias nacionales. (http://www.letraslibres.com/revista/convivio/el-heroe-que-europa-necesitaba)
Pero hay que recordar que entre las filas de los políticos, hay linajes, estirpes y trayectorias de muy diverso origen, encarnadas por individuos de motivaciones complejas, que usan diferentes máscaras de temporada y disponen de mayores o menores recursos políticos, éticos y morales para su desempeño cotidiano. Uno de esos personajes ha sido descrito de manera inmejorable por el escritor austríaco Stefan Zweig en Fouché: retrato de un hombre político, con las palabras que a continuación transcribo, seleccionadas al azar. Corresponden a la némesis del héroe político, individuos que permiten contrastar con alguna nitidez perfiles y trayectorias de las carreras políticas en todos lados.
Escribió Zweig, en 1929:
“Traidor nato, miserable intrigante, puro reptil, tránsfuga profesional, vil alma de corchete, deplorable inmoralista. Hombre de bajo perfil y siempre cómodo en los segundos planos de la Historia. No gusta de dejarse mirar la cara ni de enseñar sus cartas. Casi siempre se esconde dentro de los acontecimientos, dentro de los partidos, actuando de forma tan invisible tras la envoltura anónima de su cargo como la maquinaria de un reloj, y sólo muy raras veces se logra, en el tumulto de los acontecimientos, atrapar las curvas más cerradas de su trayectoria, su huidizo perfil.
“Cuanto más audaces sus transformaciones, tanto más resulta el carácter, o más bien no carácter, de este hombre, el más consumado maquiavélico de la edad contemporánea. Tal descripción va, lo sé, en contra del evidente deseo de los tiempos. Nuestro tiempo quiere y ama hoy las biografías heroicas, porque dada la pobreza propia de figuras de liderazgo políticamente creativo busca ejemplos mejores en el pasado.
“En la vida real, la verdadera, en la esfera de poder de la política, raras veces deciden las figuras superiores, los hombres de ideas puras, sino un género mucho menos valioso pero más hábil: las figuras que ocupan el segundo plano. Y diariamente volvemos a ver que en el discutible y a menudo sacrílego juego de la política, al que los pueblos siguen confiando de buena fe sus hijos y su futuro, no se abren paso los hombres de amplia visión moral, de inconmovibles convicciones, sino que siempre se ven desbordados por esos tahúres profesionales, esos artistas de manos ágiles, las palabras vacías y los nervios fríos.
“Ese estar en la oscuridad será su actitud durante toda una vida; no ser jamás titular visible del poder y, sin embargo, tenerlo por completo, tirar de todos los hilos y no pasar jamás por responsable. Como auténtico jugador intelectual, sólo ama los valores de tensión del mando, no sus insignias. Le basta con tener acceso a las cosas, influencia sobre los hombres, gobernar realmente al aparente gobernante del mundo y, sin apostar su persona, jugar al más emocionante de todos los juegos: el inmenso juego político. Mientras otros se atan a sus convicciones, a sus palabras y gestos públicos, él, oculto y temeroso de la luz, se mantiene interiormente libre y se convierte así en el polo persistente en la sucesión de los fenómenos.
“Cuando abandona traidoramente un partido, jamás lo hace lenta y cautelosamente, no se escurre saliendo sin ser visto de sus filas, sino que se marcha en línea recta, a plena luz del día, sonriendo fríamente con una naturalidad asombrosa y aplastante, a las filas del ahora contrario, y se apropia de todas sus palabras y argumentos. Lo único que sigue siendo importante para él es estar siempre con el vencedor, jamás con el vencido. No va con una idea, sino con el tiempo, y cuanto más corra, más deprisa correrá con él.
“Pero un hombre de poder sin poder, un político liquidado, un intrigante agotado, siempre es la cosa más miserable del mundo. Tarde, pero con intereses de usura, tendrá que pagar ahora su culpa de no haber servido jamás a una idea, a una pasión moral de la Humanidad, sino siempre y únicamente al favor perecedero del momento y de los hombres.
“Con todo, este hombre intelectualmente apasionado sólo mantiene hasta el último instante un único sentimiento: la esperanza de volver a subir en política una sola vez, una vez más. En la muerte, busca desesperadamente el olvido. Pero ni siquiera desde la tumba este terco ocultador revela toda la verdad: incluso en la fría tierra, se lleva celoso sus secretos para seguir siendo él mismo un secreto, penumbra y luz híbrida, una figura que nunca se revela del todo. Pero precisamente por eso sigue atrayendo a practicar los juegos inquisitoriales que tan magistralmente practicó: a descubrir, por un rastro fugaz y huidizo, todo el intrincado camino de su vida y, por su cambiante destino, la estirpe intelectual de este hombre, el más extraño de los políticos.”
¿A quién se refiere la descripción anterior? Quizá al lector se le ocurra pensar que a algún político local o nacional, remoto o reciente, pero no, aunque bien podría ser. Las palabras de inocultable tono decimonónico corresponden a la figura de Joseph Fouché, un político francés nacido en 1759 y fallecido en 1820. Participó activamente en la Revolución francesa, y transitó azarosamente por varios puestos y posiciones políticas, tanto conservadoras como radicales. Jacobino y realista, oportunista consumado, regicida y diplomático refinado, nació y murió en la desgracia. El libro que Zweig publicó en 1929 es una estupenda biografía sobre él, de la cual se han extraído las notas de esta colaboración -tomadas de la traducción publicada por la editorial El Acantilado, Barcelona, 2011-, con la exclusiva pretensión de recordar que los políticos son, han sido y serán una especie extraña, camaleónica, contradictoria y compleja.

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