Thursday, September 30, 2021

Oficios y profesiones

Estación de paso De oficios y profesiones en el siglo XXI Adrián Acosta Silva (Campus Milenio, 30/09/2021) La expansión de la educación superior en el mundo es la señal más potente de los mitos, ilusiones y realidades que acompañan la creciente escolaridad de las poblaciones. Hoy, más de 200 millones de estudiantes de licenciatura y posgrado habitan las miles de instituciones, escuelas y centros de enseñanza públicos y privados, universitarios y no universitarios, que configuran los sistemas nacionales de educación superior. En términos generales, es posible observar que desde la etapa posterior a la segunda guerra mundial cada generación es más escolarizada que la anterior, sus oportunidades laborales se amplían, las demandas de participación y democratización de la vida pública se diversifican, y las vidas individuales de quienes logran acceder a la educación superior cambian significativamente a lo largo del tiempo. Y, sin embargo, el estancamiento económico, los veloces cambios en los entornos laborales, las crisis de salud pública, el sub o el desempleo profesional, la migración internacional, los autoritarismos, el retorno del pensamiento mágico, son fenómenos recurrentes y arraigados en los distintos contextos nacionales y locales. Desde luego, acumular capital escolar no es un asunto de todos. Por el origen social, por los antecedentes familiares, por los contextos demográficos, sociales o económicos, sólo 4 de cada 10 jóvenes del mundo logran acceder a la educación superior. Muchos estudios han mostrado cómo las universidades son sitios donde los estratos sociales altos y medios superan proporcionalmente a los individuos pertenecientes a los estratos bajos de la población. Por ello, la educación superior como palanca o mecanismo de movilidad social ascendente no funciona igual para todos, todo el tiempo, en todos los contextos. Se sabe que los padres universitarios tendrán hijos universitarios, aunque hay excepciones. Y también se sabe que los hijos de padres con bajas escolaridades tendrán menos oportunidades de acceso que otros grupos y estratos sociales. La desigualdad de oportunidades educativas es una función de la desigualdad social. Para aquellos que no logran obtener títulos universitarios, los oficios son una tradición y, a veces, la única opción laboral y vital para miles de jóvenes. Pero aprender un oficio nunca es fácil. Se requieren años de trabajo duro, persistencia y un poco de suerte. Los antiguos sabían que los oficios no se enseñan, se aprenden, se transmiten de padres a hijos, y juegan un papel importante en la organización de la economía, la política y la vida en sociedad. Los modernos afirman que la educación es el principal medio para el progreso técnico, el crecimiento económico y la movilidad social (la teoría del capital humano). Frente a la ideología del éxito o las ilusiones meritocráticas contemporáneas, la realidad cotidiana muestra cómo maestros y aprendices de albañiles, plomeros, fontaneros, jardineros, electricistas, pintores de casas, herreros, sirvientas, choferes, campesinos, taqueros, pequeños comerciantes, configuran poblaciones cuyo peso y funciones específicas hacen posible que las cosas cotidianas de las sociedades sean aceptables. La robotización de los servicios, la revolución digital o las nuevas tecnologías no eliminan muchos de esos oficios, aunque surgan otros nuevos. Esas poblaciones laborales son generalmente invisibles desde las rectorías o direcciones de las instituciones de educación superior o desde las oficinas de la SEP. Y sin embargo, los campus universitarios, los consultorios de los médicos, los despachos de abogados o de ingenieros, los cubículos de los académicos, los laboratorios de los científicos, serían espacios muertos sin el apoyo de quienes sin ostentar títulos universitarios saben o hacen cosas que los profesionistas no. Los oficios froman parte del paisaje histórico de la formación profesional. Sociólogos como Spencer o Durkheim, o economistas-filósofos como Karl Marx, repararon en el pasado decimonónico en la importancia de los oficios como precursores y piezas fundamentales de la evolución social o de la revolución industrial. La diferenciación entre el trabajo manual de los artesanos y el trabajo intelectual de los profesionistas es el lugar común que la economía y la sociología heredaron al siglo XX. Del orden político-eclesiástico surgieron algunos de los gremios artesanales de la edad media del cual se desprendieron las pequeñas comunidades de estudiantes y profesores que fundaron con el tiempo las universidades de Bolonia, de París o de Salamanca, las escuelas de artes y oficios, los institutos politécnicos. Como todos los gremios, eran corporaciones cerradas, con rígidos códigos de acceso, que acumulaban saberes, monopolizaban prácticas, y guardaban celosamente los secretos de sus oficios, cuyo ejercicio transmitían de generación en generación. También eran pequeñas comunidades políticas, de las cuales surgirían iglesias, sindicatos y partidos políticos. Las cosas, desde luego, cambiaron con el tiempo, y la diferencia entre oficios y profesiones marcó una clara línea de clase, de estatus, de privilegio. Hoy, la distancia entre los oficios y las profesiones se endurece, se amplía y se reconfigura. Algunos oficios han desparecido (ascensoristas, telefonistas, domadores de caballos), otros pemanecen (sastres, choferes, trabajadoras domésticas) y otros son nuevos (call centers, reparadores de celulares y computadoras, repartidores de comida a domicilio, cuidadores de perros). Y sin embargo, una de las claves del futuro de la educación superior tiene que ver justamente con la posibilidad de incorporar a los oficios como parte de los saberes que pueden ser incluidos a procesos formativos no sólo útiles para los individuos sino también indispensables para la vida pública, económica y social. Reconocer su valor es una de las contribuciones que pueden hacer las universidades para revisar la cultura laboral y profesional a la luz de las viejas y nuevas culturas de los oficios.

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