Friday, September 05, 2014

Sonidos, palabras y cenizas



Estación de paso

Sonidos, palabras y cenizas

Adrián Acosta Silva

Señales de Humo, Radio U. de G., 28 de agosto, 2014.

La fuerza creativa, desafiante y no pocas veces delirante del rock clásico -es decir, aquel que se forjó entre abucheos y aplausos en las décadas de los años sesenta y setenta del siglo pasado- ha dado paso desde hace tiempo a las aguas mansas de sonidos que alimentan cierta nostalgia mineral por aquellos años míticos. Frente al mundo omnipresente de sonidos de los dj´s y los mares embravecidos del pop, de la música electrónica y las mezclas caóticas de estilos, coreografías, ritmos y vocalizaciones contemporáneas, los viejos rockeros han sobrevivido intentando mantener un canon estético discreto, que mezcla el blues, el rock and roll y cierto aire de ingenuidad como instinto de conservación frente a los sonidos que habitan la música moderna.

Dos ejemplos recientes confirman el esfuerzo por mantener ese canon vigente. Uno, la aparición de The Breeze. An Appreciation of J.J. Cale, de Eric Clapton y amigos (Bushbranch/Surfdog, 2014). Dos, el lanzamiento de Hypnotic Eye, de Tom Petty & The Heartbreakers (Reprise, 2014). Ambos discos representan esfuerzos por mantener al rock como una fuente de inspiración, o para decirlo en términos más clásicos y francamente excesivos, como un estilo de vida.

A un año de su fallecimiento (ocurrido el 26 de julio del 2013), Clapton y sus amigos decidieron lanzar un disco de homenaje a J.J. Cale, el gran músico y guitarrista norteamericano. Mark Knopfler, John Mayer, Willie Nelson, Tom Petty y Don White, entre otros, aceptaron el proyecto lanzado por Clapton para realizar un homenaje tribal a Cale, en reconocimiento a una obra frecuentemente infravalorada en vida por el mercado o por los críticos, pero que sirvió de inspiración y brújula a las carreras de muchos músicos y guitarristas de todo el mundo. Canciones clásicas de Cale -como la de “Call Me The Breeze”, que le da título al disco-, son recreadas de manera cálida por sus amigos y colegas, re-inventando sus letras y sonidos, desafiando aquella consigna de los críticos rockeros más ortodoxos de los años setenta, de que toda nostalgia es en sí misma reaccionaria. 16 canciones, con 16 mezclas distintas de interpretar las rolas de Cale, permiten apreciar con claridad el legado de este músico en el rock clásico y contemporáneo, un legado que amplió silenciosamente las fronteras dúctiles del género y colocó nuevas sonoridades en el mapa del eclecticismo rockero desde los años setenta.
Tom Petty y sus rompecorazones, por su parte, le apuestan más a la profundización que a la expansión de un estilo. Apoyado en la guitarra discreta pero exquisita de Mike Campbell, Hypnotic Eye es una propuesta sonora de 11 canciones que resuelven algunos de los misterios del origen de la inspiración de su autor. Sus obsesiones y nostalgias propias y ajenas relacionadas con las pesadillas del sueño americano, el tema del olvido, los pecados de juventud, la gente sombría que recorre las arenas públicas y los rincones privados de la vida americana, son narraciones que configuran un retrato intimista y minimalista de la vida urbana y rural norteamericana de estos años de crisis económica y polarización política en su país. En la ruta trazada inicialmente por Dylan y Springsteen, Petty ha construido una vía propia, un estilo consolidado en el uso de guitarras, bajos, pianos y armónicas que forman parte del instrumental básico del rock sureño norteamericano.

Hoy, a muchos años de distancia y con un largo recorrido por las carreteras, callejones y avenidas del rock, Clapton y sus amigos, y Tom Petty y sus Heartbreakers, nos vuelven a recordar que el rock es esencialmente un estado de ánimo, una atmósfera concentrada de emociones, sonidos y relatos que evocan cierto sentido de interpretación del mundo. Es el rock reinventado y reciclado asociado a una suerte de nostalgia legítima como fórmula comprensiva de un mundo líquido, gobernado por fuerzas que tratan de imponer la noción de que el novedismo cultural y material, esa extraña adoración por todo lo que parezca o suene a nuevo, es la fórmula única para conquistar un futuro distinto y sin contradicciones. Después de todo, habría que recordar, con Conrad, que el futuro no es otra cosa que la prolongación del pasado, un conjunto desordenado de sonidos, palabras y cenizas. Y el rock, como cualquier otro género, no escapa a esa maldición incómoda, inspirada en algún lugar del corazón de las tinieblas.

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