Friday, June 26, 2015

La universidad en la era de la distracción



Estación de paso
La universidad en la era de la distracción
Adrián Acosta Silva
Publicado en Campus Milenio, 25 de junio, 2015.

Los estados de ánimo no perduran.
-Ese es su principal encanto.
Oscar Wilde

Uno de los fenómenos que se han asentado silenciosamente desde hace buen tiempo en las prácticas docentes de los sistemas educativos, desde el nivel básico al superior, es el de la creciente distracción de los alumnos en las actividades escolares. El efecto de la no-concentración de los estudiantes en lo que están haciendo en clase, cuando leen, o cuando realizan tareas, parece estar relacionado en varios estudios recientes con los bajos aprendizajes, la desigualdad de los logros escolares, o la incapacidad para identificar y producir argumentos lógicos por parte de los jóvenes universitarios. Es una hipótesis en discusión, producto de impresiones, experiencias y comportamientos cotidianos: la poca capacidad de concentración académica de los estudiantes es derivada de la adicción a videojuegos, las redes sociales y los estímulos externos a las escuelas, y esa “adicción a la distracción” explica el bajo desempeño escolar de muchos de ellos. Para cualquier profesor universitario es bastante común observar que en los salones de clase, en los pasillos y bibliotecas, y tal vez hasta en la soledad de sus habitaciones y casas, los jóvenes estudiantes están sujetos a la tiranía del facebook, de las computadoras y los teléfonos inteligentes.
El fenómeno parece tener alguna explicación, pero lo que no parece tener es remedio, diría el Serrat de los años setenta. Sin embargo, el tema de la distracción no es nuevo, ni reciente, y rebasa con mucho las fronteras de la escuela y de la universidad. Más aún: es un asunto antiguo y moderno, recurrente y polémico. Algo tiene que ver con la soledad, con el hastío, con “el temor a enfrentarse a uno mismo”, como sugería en tono sombrío el viejo Nietzche en 1887. Y justamente ese tema es el objeto de una interesante reseña publicada recientemente en la revista The New Yorker, en su edición del 16 de junio, titulado “Una nueva teoría de la distracción”, escrito por uno de los editores de la revista, Joshua Rothman (http://www.newyorker.com/culture/cultural-comment/a-new-theory-of-distraction).
Rothman inicia con una cita inquietante, escrita a mediados del siglo XIX: “En tiempo dolorosos, cuando la composición es imposible y la lectura no es suficiente, la gramática y el diccionario son excelentes para la distracción”, escribió la poeta Elizabeth Barrett en 1839. Hoy, sugiere Rothman, la distracción es un deporte (“una competencia”) universal, aunque conserva cierto “aire de misterio” para sus analistas e intérpretes. Y para explorar ese misterio, realiza la reseña de un texto reciente (2015) sobre el tema de la distracción: The World Beyond You Head: Becoming an Individual in an Age of Distraction, del filósofo estadounidense Matthew Crawford, un ensayo largo en que se propone una nueva mirada sobre el fenómeno de la distracción en la vida moderna.
El argumento central del libro es que el incremento de nuestra capacidad de distracción es el resultado de cambios tecnológicos que tienen sus raíces en los “compromisos ´culturales´ (spirituals, en inglés) de nuestra civilización”. ¿Qué significa eso? Que la idea de la autonomía individual como el centro de nuestras vidas, una autonomía en términos económicos, políticos y tecnológicos, se ha convertido desde hace tiempo en el valor central de la cultura occidental contemporánea. Y la autonomía tiene que ver con la libertad, con cierta “adicción a la liberación”, en donde la distracción es un elemento clave para enfrentar situaciones donde nos sentimos aprisionados, sea viendo una película, en una conversación, en un salón de clase o caminando por una calle de la ciudad.
“El imperativo cultural de ser autónomos”, dice Crawford, ”es más fuerte que nunca”. Y ese imperativo se despliega con fuerza en varias direcciones y contextos sociales. Las nuevas tecnologías de comunicación han incrementado la autonomía individual y con ello la capacidad de distracción de los individuos, produciendo comportamientos diversos y complejos en los distintos espacios de interacción social como es el de la universidad. Siguiendo esta línea de argumentación, se podría afirmar que los comportamientos distraídos de los estudiantes universitarios están asociados a impulsos y emociones que se resisten a ser “aprisionados” durante tiempos prolongados, sea escuchando a un profesor, sea leyendo un libro, sea participando en un chat académico.
Pero la distracción no es necesariamente una fuente de explicación de bajos aprendizajes, abandonos o fracasos escolares. De hecho, un individuo distraído puede coexistir con períodos (breves o prolongados) de alta concentración en asuntos específicos, y ello revela un incremento de la capacidad de interesarse en muchos asuntos a la vez, algo que se asocia inevitablemente a la expansión de la autonomía intelectual y emocional de los estudiantes. En cualquier caso, la distracción como tema educativo y cultural es un asunto que merece examinarse en toda su complejidad y diversidad. La hipótesis de que las nuevas tecnologías han disminuido la capacidad de concentración de los niños y los jóvenes se parece mucho a aquellas pseudo-teorías que asociaban la adicción a la televisión (“la caja idiota”) con la degradación cultural e intelectual de los jóvenes de los años sesenta y setenta.
De cualquier modo, flota la impresión en algunos ámbitos intelectuales, burocráticos y pedagógicos universitarios de que el tema de la distracción, como el de su opuesto, el de la atención, juega un papel clave en los procesos de formación escolar. Uno apunta hacia la permanenecia de un hábito, una práctica social arraigada y múltiple, asociada al principio irrenunciable de la autonomía individual; la otra es un valor, el valor de la atención, una flor exótica y delicada en la era de la distracción. Para las universidades, quizá más que para otras instituciones educativas, la dialéctica entre la concentración y la distracción es un asunto central para comprender la formación de los hábitos intelectuales y académicos de los estudiantes, un proceso cercado por impulsos emocionales, prácticas pedagógicas, condiciones de trabajo y estudio, imaginarios colectivos y representaciones sociales, que configuran en su conjunto la compleja diversidad de las experiencias universitarias de millones de jóvenes.

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